La existencia en sí misma me plantea innumerables dudas, muchísimas. Por ejemplo, por qué cada vez que se acaba una etapa en una competición ciclista al vencedor le hacen la foto con ramo de flores y dos muchachas pintadas como una puerta dándole un beso en su sudorosísima cara. La imagen de Valderde, el martes, envuelto por dos rubiacas que hacían de este gran deportista un hombre aún más pequeño me volvió a dejar con los ojos como platos. No me acostumbro a esa imagen que ciertos deportes hipermasculinizados mantienen de una mujer florero obnubilada por el muchacho que llega primero a meta simplemente por eso, por llegar el primero.

¿A qué viene tanta demostración de hombría? Si a mí lo único que me importa es que sepan pedalear. ¿Me están queriendo hacer llegar un mensaje subliminal del tipo a pesar de los tropecientos kilómetros que me he metido entre cadera y tobillo aún podría hacer dos podios más con estas muchachas? ¿Acaso lo van a televisar con panorámicas desde el techo incluidas? Y yo que creía que este estereotipo de hombre que necesita reivindicar altos niveles de testosterona por si hubiera dudas se estaba pasando de moda. No sabemos si las dudas que necesitan disipar colgándose una azafata de cada brazo son de cara a la galería o como terapia personal ante la falta de autoconvencimiento. Pues eso es lo que me transmite, una tremenda inseguridad como colectivo no evolucionado, muy necesitado aún de madurar.

Si las mujeres tuviéramos que echar mano de esta técnica levanta-moral cada vez que logramos metas en el mundo del deporte, los varones de nuestro país iban a dejar de soñar con ser futbolistas para luchar por convertirse en hombres florero, ya que sin duda se convertiría en la profesión con más futuro de todo el mercado laboral. Ahí sí que encontrarían un trabajo para toda la vida, de los que ya podemos empezar a olvidarnos según el director del Servicio de Empleo y Formación de éste nuestro Gobierno regional. Inciso: ¿podría este hombre tratar de inculcar esta misma idea a sus colegas de carrera política? La de no querer eternizarse, digo.

En el deporte las mujeres aún nos vemos sometidas a dos odiosos males: que se nos presente como objetos, lo que, ya les digo, me revuelve el estómago; y el otro extremo que tampoco soporto: que se nos venda como marimachos por el simple hecho de correr tras un balón, encestar o pedalear como jabatas. Me da hasta vergüenza tener que quejarme por estas cosas a estas alturas de la Historia. Y aún habrá quien no haya entendido nada y me tilde de feminista extrema.