Son muchos los años que llevo inmerso en la flora y fauna literaria. Testigo en primera línea de su actividad, sobre todo, la de los autores. A muchos de ellos los sigo desde su nacimiento: manuscrito, envío a editoriales, publicación por una de ellas al cabo de mucho tiempo, cuando los ánimos decaían, presentaciones y posterior campaña de divulgación. He observado el comportamiento de estos trabajadores de las letras después de la publicación, fundamentalmente, y he constatado de todo? Los hay humildes, soberbios, tranquilos, audaces, nerviosos. Los que se creen que han escrito la obra definitiva, los que te agradecen las correcciones, los que te miran de arriba abajo y te escupen a los pies?, de todo pelaje.

Yo, modesto 'recomendador' de sus obras y presentador de unos cuantos y los que quedan, los entiendo. Entiendo su nerviosismo, su inquietud y sus prisas porque su obra sea conocida. Algunos, después de publicar, se quedan de brazos cruzados esperando que el libro se venda solo, sin molestarse mucho. Aquel otro que se busca la vida y toca puertas, camina y se gana la venta y la promoción a pulso. A la hora de la presentaciones se te acercan pidiéndote que ejerzas de maestro de ceremonia? Al explicarles cuáles son tus tarifas, hay quien te mira a los ojos y te dice «llevo cinco años en paro, el escribir me ha salvado la vida»; pues, eso, lo presentas y lo tratas como el que puede hacer frente, él o su editorial, a tus condiciones.

A la hora del trabajo, y posterior relación con el mundo exterior, esta fauna es rica y curiosa. No puedo por menos que hacerme eco de una magnífica clasificación que tiene redactada mi admirado Antonio Parra Sanz: A poco que uno se fije, no resulta difícil discernir a qué grupo entomológico pertenece cada uno de los asistentes a un sarao literario. Hay 'cigarras' de concejalía y nombramiento, de corbata de seda y sonrisa avizor para la foto, verdadero catedrático de las relaciones y experto en maquillaje de colmillos retorcidos. En otro plano están las 'mariposas', publicando en editoriales de primera sin saber muy bien qué talla de literato colocarse, porque todas le vienen grandes al esqueleto de periodista, abogado u opinador. Bajando algunos peldaños más en la cadena letrada, hay 'abejas' que sí pueden llevar con orgullo el epíteto de escritor, y que van descollando también en editoriales de primera sin necesidad del oropel de las mariposas, porque sus credenciales literarias le bastan. Según Antonio, en último lugar, hay 'hormigas', apasionadas de la creación, de la lectura, del disfrute, que trabajan sin descanso para que abejas y mariposas compartan con ellas sus experiencias, para que les hagan disfrutar con sus obras.

A estas cigarras, mariposas, abejas y hormigas yo añado 'babosas' -moluscos gasterópodos del orden Pulmonata que producen un moco que les es indispensable para el desplazamiento y su actividad vital-. Denomino 'babosas literarias' a aquellos autores que, una vez han publicado, te acosan mañana, tarde y noche; por tierra, mar y aire. Se te pegan con su moco y no te dejan moverte sin que los tengas presente. Los correos son incesantes, hasta un punto que se puede definir como acoso. Tienen el título de su libro en la boca constantemente, y soltándolo venga o no a cuento, creyendo que es lo que hay que leer sí o sí. Es 'babosa' quien habiéndose dirigido a una editorial y ésta contestar «que no entra en su línea editorial», la insulta y la amenaza con hacer campaña en su contra para desprestigiarla. Por otra parte, se permite cuestionar acciones que, modestamente, uno lanza en las redes. La peor babosa es la recién llegada a este mundo creyéndose que después de ella el caos, no dándose cuenta que ese no es el camino y que puede quedarse fuera de un circuito en el que es muy difícil, no entrar, sino mantenerse. No se dan cuenta, por otra parte, que toda opinión, buena o mala, online es pública y puede calar profundamente y volverse en su contra. Un último apunte a estas 'babosas literarias': no creas que si el público no lee tu libro es estúpido. El público es soberano.

Modestamente a todos los miembros de la fauna literaria les recomiendo que se apliquen la regla de Wil Wheaton: «Sé empático y no hagas cosas a otra gente que te harían sentir mal si te las hicieran a ti».