Garbancillo de Tallante, Manzanilla de Escombreras, Araar, Jara de Cartagena, Brezo Blanco, Sabina de Dunas, Narciso de Villafuerte, Scrophularia Arguta. Estos son los nombres, a mi juicio sonoros y bellísimos, de algunas de las especies de flora protegida para las que la consejería de Medio Ambiente está realizando trabajos y planes de protección.

Listar estas y otras especies nos demuestra que en nuestra propia tierra tenemos rarezas botánicas, endemismos y plantas de enorme interés. De hecho, muchos científicos informan de que precisamente nuestra región, como parte del sureste peninsular, es una zona especialmente rica y diversa en la que no es nada extraño que nuestra botánica alcance especiales rangos de singularidad. Somos tan iberoafricanos, estamos tan estresados hídricamente, guardamos tal mosaico de ecosistemas, naturales y antropizados, que nuestra flora reacciona desde hace milenios haciéndose amplia, curiosa y diversa.

Tenemos la biodiversidad delante de nuestras narices y a veces no somos del todo conscientes de ello. Pareciera como si las grandes joyas y rarezas de la naturaleza estuvieran siempre en lejanas zonas amazónicas o de Indonesia. Y no es cierto. Tenemos que cambiar nuestro punto de vista y pensar que no hace falta ir a tales recónditos lugares para maravillarse con la naturaleza y descubrir su biodiversidad. Lo podemos hacer aquí mismo, en nuestras sierras y campos, en nuestras costas, casi a las puertas de nuestras casas.

Y también en nuestra propia tierra tenemos que redoblan los esfuerzos por la protección de la biodiversidad. Aquí, junto a nosotros, en paralelo a la cantidad de especies que tienen enorme interés, muchas especies de flora y fauna se encuentran en alguna de las categorías entre las que los que entienden de estos temas las clasifican según su grado de amenaza. Son decenas las especies compañeras de nuestra propia tierra las que intentan resistir como buenamente pueden a las trasformaciones en el territorio, a la intervención intensiva sobre sus hábitats, a los impactos de las actividades humanas, a tanta falta de atención que históricamente hemos prestado a la conservación de la naturaleza.

Que nadie piense que proteger los bichos y las plantas es un lujo que nos podemos dar en los países desarrollados porque nos atrae la belleza y la poesía. Nada de eso: las sociedades que no perciben en su biodiversidad un indicador de su estado de salud social, de su apuesta por el futuro equilibrado, de su esfuerzo por el mantenimiento de los recursos naturales como garantía del desarrollo a largo plazo, están condenadas a la decadencia y el fracaso.

Y que nadie se maraville por las especies descubiertas a miles de kilómetros de distancia, entre selvas vírgenes y arroyos cristalinos, mientras no se da cuenta de que estas plantas y bichos exóticos no son más que representaciones idénticas, en el hábitat que les ha tocado ocupar, de las especies que nos acompañan a nosotros en paisajes y hábitats que sólo nos parecen menos atractivos por resultar más comunes a nuestra cultura.