¿Se han dado cuenta de que han pasado ya más de tres meses desde las elecciones generales y, a pesar de que aún no se ha formado gobierno, la vida sigue su marcha, inasequible al desaliento, con sus rutinas, sus miserias y sus brotes inesperados de esperanza? Ni ha caído la Bolsa, ni han quebrado los bancos ni han cerrado sus puertas cientos de empresas, como cabría esperar si hiciéramos caso a los nuevos profetas del desastre. Seguimos adelante, golpeados cada día por los miedos que banqueros y políticos se empeñan en inculcarnos para que no nos demos cuenta de que su presencia no es tan importante en nuestra vida, para que no lleguemos a la peligrosa conclusión de que, quizá, algún día podamos vivir sin ellos y a pesar de ellos. No digo que su presencia no sea necesaria, lo que entiendo es que no son tan imprescindibles como quieren hacernos creer. A los bancos nos suele ´atar´ la hipoteca y a los políticos las consecuencias que sobre nuestro devenir diario pueden tener sus actos. Pero ese vínculo es casi un ´nudo´ impuesto y, como tal, lo relegamos al rincón de los desafectos, al cajón de sastre de las deudas pendientes. Porque la vida sigue, con o sin ellos.