Yo admiro a la gente que hace cosas en secreto. La única pega es que no hay forma humana de saber quiénes son. Puedo estar al tanto de que fulanita se ha ido de viaje a la India o de que mengano es simpatizante de X partido político, principalmente porque ellos decidan contarlo, ya sea vía Internet o delante de una cerveza. Hablar de eso está bien, entretiene, se intercambian impresiones sobre paisajes, paisanajes e ideologías. Lo que me desconcierta un pelín es la gente que se vacía a saco. La que vomita todo, la que exhibe a bocajarro su estado emocional, seguramente con la intención de hallar empatía, de encontrar aliados o, en última y respetable instancia, de desahogarse. Sin darse cuenta de que su entrega la convierte en vulnerable. Basta con echar un vistazo a perfiles cibernéticos de adolescentes. Buscando quizás reafirmación, exponen tanto de sí que da miedo. Y luego llega el destrozo. Cuentas con candado después de que haya circulado una foto X. Y, otra vez, más dolor, sólo por no haber generado secretos. Con lo valiosa que puede llegar a ser una pasión que no se comparte. O echar de menos en secreto. O celebrar algo precioso. En secreto.