Si lo prefieren, en lugar de en brasileño, se lo digo en francés: «Poisson d`avril»; o en inglés: «April Fools´Day»; o en italiano: «Pesce d´aprile». Pero basta ya de ´babelismos´, se denomina «Día de los Inocentes» en castellano parlante. Sí amigas/os, hoy es el 28 de diciembre nuestro, el día de los Santos Inocentes, el Día de las Bromas, para mucha parte del mundo, como Francia, Finlandia, Australia, Alemania, Italia, Bélgica, Reino Unido, Portugal, Brasil, EEUU, Dinamarca, Polonia, Menorca o Galicia incluso. Total, porque el sol abandonó la constelación de Piscis, a Napoleón se le ocurrió llamar ese día, en el que por cierto se casó con Maria Luisa de Austria, «Pescado de Abril». Éste Napoleón tan ocurrente como siempre. No me extraña que esté enterrado dentro de media docena de féretros para que si resucita no vuelva a gastar esas bromas tan graciosas como expoliar media España.

Pero por si fuera poco, también es el día de la «Diversión en el trabajo». Ya les decía yo que estábamos de broma. Aunque lo cierto es que hay gente (´pa tó´) que se divierte con su trabajo, imagino que será porque va sumando mentalmente la pasta que va entrando en un cajón, sin recibo. O simplemente porque tiene trabajo, que es para celebrarlo, desde luego. Dicen los creadores de este evento, que supongo pocas cosas tendrán más importantes que hacer, que el trabajo no tiene por qué ser gris, que la seriedad no requiere solemnidad y que el humor ofrece importantes beneficios, y más en momentos de crisis.

Lo único que no me gusta es que, como casi siempre, se trata de un invento yanky que termina por colocarte un pez en la espalda al estilo de los tontos del 28 de diciembre nuestro. Por eso, prefiero ver sus antecedentes no en EEUU o en Reino Unido, sino en mis ancestros romanos y, si quieren, tamizados por el Código Napoleónico franchute. Me remonto a más de dos mil años, cerca del Tíber, en la mismísima Roma, a la «Fiesta Hilaria» o «Día de la Alegría», que servía entre otras cosas para aparcar por unas horas la ejecución de la pena de ´culleum´, consistente en introducir al parricida (que era no solo el que mataba a sus padres, sino también el que se llevaba para el otro mundo, a otro igual, a cualquier persona; esto es, el actual homicida), confeso o confesado a la fuerza, en un saco de gruesa tela, acompañado de un gallo, un perro y una serpiente. Todos en alegre festejo eran arrojados desde una de las colinas circundantes a la Ciudad Eterna, o desde uno de sus puentes, o cerca de sus riberas respectivas, al mencionado río o al mar. Y sálvese quien pueda. Menos mal que al cabo de doscientos años la cuestión se suavizó y la pena se humanizó. Ya al reo no se le arrojaba al mar o al Tíber, sino que se le conducía al patíbulo con un serón de esparto cubriéndole la testa, y el cadáver se metía en un cubo grande donde ya no había animales de verdad, sino solamente pintados alrededor de ese recipiente, realizando el simulacro de arrojarlo, pero muy cívicamente no lo hacían y le daban la correspondiente sepultura.

La cosa tenía la misma gracia que el maltrato al ser humano y a los animales. Supongo que al menos no harían Patrimonio Histórico Cultural en Roma de esta historia.