Cuando yo era niño, no había más de cinco libros en el mueble del salón de mi casa€, y Maravillas del mundo era uno de ellos. Este libro mostraba las construcciones más espectaculares del planeta y estaba lleno de fotografías. Cada tarde, al salir del colegio, me sentaba en el sofá con un bocadillo de atún y el libro sobre las rodillas -ahora, he descubierto antiguos lamparones de aceite en sus páginas-. Y allí, mientras pasaba hojas, soñaba con viajar algún día a aquellos lugares: Las pirámides de Egipto, el Empire State, la muralla china€ En aquel libro también estaban Versalles, el Arco del Triunfo, la Torre Eiffel, Notre Dame€, maravillas que años después pude contemplar paseando por la capital francesa. Así que el viaje que narro en el libro que acabo de publicar, Unos días en París, es también un viaje a las meriendas de mi infancia.