Una vieja doctrina comunista dice que la mejor manera de corregir un movimiento histórico desviado no es centrarlo, sino llevarlo a la posición extrema contraria. Aunque parece que la doctrina es de origen leninista, la usó al pie de la letra Mao. Tras el intelectualismo de la Larga Marcha, con su ortodoxia marxista, decretó la Revolución Cultural, cuyo desprecio a la teoría era tal, que el mero hecho de llevar gafas era peligroso. Ese fue el sentido real de la dialéctica en una sociedad sin contradicciones. ¿Conoce esta doctrina Iglesias? Seguro que sí. Para corregir el movimiento socialdemócrata de Errejón, Iglesias no elige a un centrista, sino que ofrece el cargo fundamental del partido a su antiguo rival Echenique, con el aplauso de los anticapitalistas de la formación.

Echenique es un hombre muy respetado en Podemos y días atrás publicó una especie de protocolo para expresar la disidencia interna de forma constructiva, sin erosionar las relaciones afectivas y comunitarias del partido. Esas iniciativas en su caso son muy verosímiles, pues Echenique jamás pierde la serenidad. Sus manifestaciones suenan siempre muy reflexivas y controladas. Es de suponer, por tanto, que se empleará a fondo en la tarea de remendar los rotos que la destitución de Pascual ha producido, una destitución que, por cierto, no se atuvo al esquema de protocolo que él diseñó. Afectos, desde luego, romperá. Y algo más. Errejón ha quedado separado del aparato del partido, como una cabeza lúcida, sí, pero sin cuerpo.

No creo que la razón del cese de Pascual sea que no ha sabido torear la crisis de Madrid o que sea responsable de los problemas de Podemos en diversas periferias. Creo que Pascual no era un hombre fuerte y quizá fuera elegido por eso. Para no hacer sombra. Iglesias no hace sino corregir un error que tiene más que ver con la manera en que se eligió la dirección política suprema de Podemos tras el acuerdo de Vistalegre, que con la actuación concreta de Pascual. En este sentido, el comunicado de destitución fue innecesariamente duro. Lo que estamos viendo en Galicia, País Vasco o Cataluña, procede de Vistalegre, no de Pascual. Como decía con claridad en un artículo reciente Miguel Urbán, uno de los líderes de Anticapitalistas, Pascual fue un hombre del acuerdo de Vistalegre, y ha trabajado con fidelidad a aquel acuerdo. Urbán sugería que todo lo que estaba pasando era una consecuencia del modelo vencedor tras aquel acuerdo, que ahora se vuelve contra sus impulsores.

Lo más sorprendente de este asunto es que se requiera culpabilizar a los errejonistas, que hasta ahora parecían servir al modelo de partido de Iglesias. Por eso debemos preguntarnos si no habría sido más justo que se hubiera planteado el cese de Pascual como lo que es: un cambio de orientación política y no un juicio sobre una gestión concreta. Ese cambio de orientación no afecta a la dirección política de Iglesias, ni altera el modelo organizativo de Vistalegre, pero Urbán no puede dejar de saludarlo como una acción de «cesarismo progresista». Al parecer, el tipo de poder que Iglesias impuso en Vistalegre, y que Urbán califica en términos muy duros («vertical y autoritario»), ahora le parece aceptable porque va en la dirección correcta: «avanzar regresando a los principios», una sentencia que recuerda aquella otra de Lenin, «un paso adelante, dos atrás». Para comprobar la fuerza de la corrección, Urbán propone un test: veremos lo que pasa en el Consejo Autonómico de Madrid, algo en lo que Pascual no tenía mucha responsabilidad orgánica.

No cito el artículo de Urbán para recordar el virtuosismo teórico que se requiere para analizar la política de Podemos. Lo hago para no perder de vista la cuestión decisiva. No estamos en un juicio de gestión, sino en una decisión de orientación política. Urbán llamó a la decisión material de Vistalegre un giro al centro. Y le pone un apellido: «plebiscitario populista». Ahora parece que Iglesias puede usar el mismo modelo organizativo «vertical y autoritario» para regresar a los orígenes horizontales e izquierdistas. He aquí la virtud de la síntesis. Nadie discute algo: Iglesias es el líder. Era cuestionable cuando usaba Vistalegre para girar al centro, pero resulta indiscutible cuando actúa como un caudillo progresista.

En realidad, toda esta teoría de Urbán es algo enrevesada. Lo que ve todo hijo de vecino es que Iglesias comprende que no puede exponerse a la experiencia de Tsipras, que ve cómo la izquierda de su formación le retira su apoyo. Esa experiencia se puede tolerar cuando se está en el poder, pero no puede tener lugar mucho antes de conquistarlo. En el caso de Podemos sería una amenaza letal. Entre las dos opciones, populista o anticapitalista, Iglesias prefiere la base sólida de sus orígenes. Pero falta todavía explicar por qué se temía repetir esta experiencia de Syriza. Y aquí creo que está la clave de toda la cuestión.

Como siempre, para entender la conducta de Iglesias hay que leer los artículos de Monereo. Para comprender lo que ha sucedido estos días hay que reflexionar especialmente sobre uno que él tituló «Objetivo: demoler a Pablo Iglesias y romper Podemos». En realidad, el artículo es un poco exagerado, al viejo estilo, una clara muestra de la teoría conspirativa. Sin embargo, la foto que acompañaba el artículo era demoledora. Mostraba un Pablo Iglesias tenso y preocupado, profundamente meditativo, y a un Errejón que parecía un jugador de póker mirando al cielo. Corresponde a la sesión de investidura en la que Iglesias recordó el asunto de la cal viva. Todo el artículo de Monereo es una écfrasis de esa foto. Es más, se trata casi de una exposición fiscal. El artículo no menciona a Errejón, pero la foto pronuncia su nombre.

La tesis de Monereo es que el manual que se sigue para destruir a Podemos exige «construir una oposición interna» a Iglesias. En realidad, avisaba de una «oposición organizada», con las consiguientes «complicidades con los poderes establecidos». Ya se sabe lo que esto significa: entregarse a la estrategia de los medios. A cambio, estos otorgan respetabilidad, entregan responsabilidad, y así fortalecen las «diferencias con la línea mayoritaria de la organización». La última fase de la operación, la más temida, es cuando por fin se construye «un liderazgo alternativo al secretario general». Para no dejar dudas, Monereo decía el día 9 de marzo que «estamos ya en un salto de cualidad». En su opinión, la oposición interna sistemática ya estaba en pleno funcionamiento. Como es natural, nadie es denunciado por su nombre (para eso está la foto), a pesar de que se trata de acusaciones muy graves: complicidad con el enemigo, deslealtad, traición. Pero el motivo de esta denuncia de Monereo es obvio. Se trata de dotar de «significado positivo» a esta ofensiva. Para ello, recomienda «recomponer relaciones con los movimientos». Lo que Monereo demandaba (antes de las dimisiones de Madrid), Urbán lo celebra post festum.

Este proceso debe ser explicado ante la ciudadanía con claridad democrática, y eso es lo que intento hacer aquí. Por mi parte, sólo me pregunto si llevar el palo al extremo opuesto es el paso previo a preparar elecciones, o solamente un momento más del movimiento dialéctico de construcción histórica. Urbán y Monereo lo tienen claro. Sirve para repetir elecciones o para encarar la oposición a la gran coalición. Yo recordaré otra vieja tradición: defenestrar a quien propuso algo razonable, para hacer justo lo que el desdichado proponía. Si esto fuera así, tendríamos descrito el movimiento completo: el giro a la izquierda del partido haría más probable el pacto con el PSOE.