El riesgo implica salir de la comodidad -esa 'zona de confort' de la que hablan los gurús del coaching- y aceptar que no todo va a ser fácil, que probablemente al final de la ruta solo espere el fracaso y que, con suerte, únicamente habrá que sufrir un ostracismo temporal autoimpuesto derivado de la mirada atónita del resto del establo. Casi siempre es inútil, pero no por eso hay que dejar de arriesgar. ¿En qué? Se trata de periodismo. Más bien de la prosa periodística. En ocasiones nos dejamos llevar por las prisas, por el 'estilo' que marcan las agencias o -más grave todavía- actuamos movidos por una suerte de ética profesional que malinterpreta aquella máxima de claridad, concisión y corrección, y acabamos publicando textos planos, aburridos, huecos de alma, sin personalidad. ¡Basta! Arriesguemos, busquemos nuestra propia voz y trabajemos por escribir reportajes y noticias que dé gusto leer. Convirtamos así los periódicos en un objeto que trascienda, obliguemos a los lectores a coger unas tijeras y recortar este o aquel artículo y conservarlo. No es fácil, y muchos de nosotros jamás lo lograremos -hay que tener el don- pero, ¡joder!, qué bonito es cuando sale bien.