Antes de que alguien me acuse de plagio, me adelanto y digo que sí. Sí, el título de esta columna lo he tomado de una publicación cuya autora es Carmen Martínez Maricó y está editada por la editorial Tirano Banderas.

Todos nosotros, en algún momento, hemos pensado en la muerte. Yo, particularmente, lo he hecho y lo hago a menudo, máxime cuando he estado en dos ocasiones presente en sendos fallecimientos, uno de ellos, el de mi padre. En ambos momentos, sobre todo en los días antes al óbito me hacía y me hago muchas preguntas?, algunas de ellas están planteadas en la publicación de Martínez Maricó. Es de agradecer el esfuerzo que hace Carmen al proponernos interrogantes, incluso afirmaciones, que tienen lugar antes de abandonar este mundo por parte del enfermo. No siempre se tiene la oportunidad de pedir a quien te acompaña en esos momentos ciertas cosas que nos harán más suave el tránsito a otra dimensión.

Me imagino que llegado ese momento no tendremos todos las mismas inquietudes, me refiero a inquietudes mentales, necesidades espirituales para, sobre todo, cosa curiosa, que el que se queda a este lado sufra menos. ¿Cómo debemos enfrentarnos a la muerte? ¿Se aprende? El decálogo que se desarrolla en Acompáñame intenta dar voz al moribundo y que sea él quien marque el ritmo de sus últimos momentos entre los vivos y hacer menos dolorosa la despedida. Es curioso que algo tan cotidiano y tan cierto como es el morir no lo tengamos previsto y no nos preparemos cada día. Evidentemente, no he muerto nunca?, salvo que sea reencarnación de alguien del pasado, pero, en algunas ocasiones, he estado próximo a amigos y familiares antes de su fallecimiento y solo en una ocasión tuve oportunidad de, un día antes del óbito de un familiar, hablar largo y tendido de las sensaciones y emociones que en ese momento tenía ante lo que, por desgracia, era inminente: su muerte.

A partir de este momento hago mías las palabras de Carmen y me iré entrenando y entrenaré a mis próximos para cuando me toque dejar de estar entre los vivos en carne mortal. El decálogo que propone la autora es asumible por cualquiera, ya que no se trata de consignas religiosas como lo demuestra en el punto tercero: «Llama a mi guía espiritual (sacerdote, rabino, maestro, amigo, etc.)». Es negro sobre blanco un conjunto de ideas, curiosamente, para que el que queda, de momento, quede tranquilo y relajado, haciendo que el sufrimiento y la pena se vea disminuida.

Si no he entendido mal la lectura, hago el siguiente resumen: ya sé que voy a morir, no me hables de futuro, se sincero conmigo y ayúdame a terminar este ciclo de la vida. Necesito ponerme en paz y hacer las paces, no me impidas hacer regalos y disponer libremente de mis pertenencias. Espera a que haya muerto para hablar de mi funeral y cuando estés conmigo dime cosas bonitas y ten en cuenta que tu presencia junto a mi no tiene que ser permanente, es suficiente que te sienta a ratos, comunicándote conmigo, también? en silencio.

Hay un punto que subrayo por encima de los demás: «No hables de mi funeral?». ¿Cuántas veces, sin darnos cuenta, y sin malicia, hemos comentado el paso siguiente al óbito? Hasta que uno no haya fallecido y, salvo otros males, igual el oído no lo ha perdido y está enterándose del color de las flores y si el ataúd será o no acolchado; al tiempo que toma nota de que será incinerado y no enterrado. Mucho cuidado, vayámonos preparando para lo seguro al tiempo que, si así lo estiman, conversemos con amigos y familiares sobre el particular. No se ha de tener miedo ni reparo a tener previstas una serie de cuestiones para el antes, el momento y el después. Una cuestión está clara: lo único cierto con lo que venimos a este intervalo entre nacimiento y muerte es... la muerte. Al no saber el momento exacto hemos de tener preparada la mochila física (papeles, documentos varios) y, sobre todo, la espiritual.

¡Acompañémonos mutuamente cuando nos toque!