Murcianos de dinamita frutalmente propagada». ¿Se puede definir a un pueblo en dos versos de arte menor? Nuestro vecino oriolano tenía el don de la palabra, como el sevillano Quevedo: «polvo seré, mas polvo enamorado», cerrando uno de los más bellos poemas de amor escritos jamás, tan solo comparable a los grandes clásicos. ¿Recuerdan aquel Catulo que contemplara a su amada y pensara «me parece semejante a los dioses... aquel que sentado frente a ti, te contempla y te escucha, riendo dulcemente»? ¡Estaba tratando de asesinar a Safo! sin conseguirlo, por supuesto. Porque mi maestro de Literatura, Manuel Lamarca, nos enseñó a unos cuantos gañanes que en literatura está prohibido el hurto, pero no el asesinato.

¿Quién se acuerda ahora de una comedia italiana del siglo XV? Fue relegada al olvido por los sonoros versos de W. Shakespeare escritos para su Romeo y Julieta en pie yámbico. Cuando algún ígnaro hace oídos al bulo de que no era el autor de sus geniales tragedias, me sublevo: ¿acaso en el siglo XVI se necesitaba ir a la universidad para leer a los clásicos en latín? Prueben a leer las Catilinarias de Cicerón en su lengua original y verán cómo un discurso político tiene más ritmo que el verso libre: «Quosquetandem, Catilina, abutere patientia nostra».

Tal vez una deficiente enseñanza de los clásicos volvió torpes a quienes deciden los itinerarios de la educación en España. Ya el primero que distinguió entre ciencias y letras demostró servir para ministro de Educación y Ciencia „Ficción, que digo yo„, porque su nombre viene de ministril, el sirviente, el que menos. Más seguramente por torpeza del alumno que por insuficiencia del magister, el que más. De ahí a enterrar los estudios clásicos o la historia del arte, en perdidas optativas entre itinerarios estultos de la enseñanza secundaria. Así es posible que un estudiante de Arquitectura no sepa lo que es un arquitrabe o que un estudiante de Derecho no sepa resolver una ecuación de primer grado con dos incógnitas. Maravillas de la educación y de la que dicen muy equivocadamente la generación mejor preparada. ¿Podemos hacerle una chufla al ocurrente propagador de bulos? Que tengan mejor dicción con el inglés no significa ni de cerca que hayan leído siquiera a sir Artur Conan Doyle, cuando menos a R. L. Stevenson o Mark Twain.

Un Robin Williams calmo y no depresivo, mostraba a sus poetas muertos cómo enfrentarse a la vida con espíritu crítico. Pero la conclusión dolorosa es que no son buenos tiempos para los librepensadores. A los alumnos que no son de Derecho, pero que han de superar la asignatura de Derecho Civil es imposible enseñarles en 14 o 15 clases teóricas de un cuatrimestre ni siquiera nociones básicas. La única aspiración es, tal vez, enseñarles a pensar en términos jurídicos. Sin conocimientos previos no podrán entender lo que les diga cualquier letrado y no dejarse convencer por la falsa publicidad de las compañías de defensa jurídica: los abogados que sí puedes pagar, como si todos cobráramos tal que los bufetes americanos.

Pero al poder político no le interesa el espíritu crítico, prefiere gastar millardos de millones de euros en reprimir conductas indeseables, enseñar respeto con la vara del derecho sancionador. Será efectivo entre el ganado, pero no en nuestros tiempos, por más cuartelario que parezca el silencio de los corderos. Una sociedad de ciudadanos debe estar formada. La ignorancia y la incultura son el primer paso al abismo de la sinrazón. Me alarmo cuando veo ediciones del Quijote adaptadas al lenguaje del siglo XX. Antes de que la Academia limpiara, fijara y diera esplendor, ya lo hizo Cervantes. No necesita ser traducido ni adaptado, siquiera anotado. Pero claro que si escuchamos a nuestros líderes políticos, lo comprendemos ensegida. Su lenguaje es pobre, sus recursos oratorios no pasan de la arenga. ¿Y este tipo será quien elija a su ministro de Educación? Líbrenos Dios de los amigos, que de los enemigos me libro yo.

No, la enseñanza no tiene que enfocarse a las salidas profesionales desde la más tierna infancia. Ha de formar ciudadanos en primer lugar.

Para los oficios o las profesiones, hay que enseñar sistemas lógicos primero. Y tanto lo es la matemática como la gramática. Pero cuando da lo mismo decir la palabra exacta que un escupitajo, claro, la gramática no es ni parda. Barato y, de tan barato, es caro. Si los profesores universitarios se alarman de ver cómo se expresan sus alumnos y el paupérrimo acervo que tienen, la vida profesional no le anda a la zaga. Así, no nos extrañemos de que nuestros líderes no pinten nada en el panorama diplomático mundial, ni siquiera en Europa. Se sorprenderían si oyeran hablar a los funcionarios de la UE, de la imagen que se tiene de nuestros representantes. No es ya cuestión del domino de un par de lenguas extranjeras.

Que tenemos algunas empresas punteras en el mundo, sí, es cierto. Pero echen un vistazo a ver cuáles son. En su mayor parte proceden del antiguo INI. Crecieron en nuestro país gracias a las prácticas monopolísticas. O como los bancos que se han internacionalizado en un mercado tan privilegiado para ellos que ha sido la base de su expansión ultramarina. Sí, también hace falta pericia para eso. Pero no confundamos la expansión comercial con la inteligencia. Pues el favor político es muchas veces el criterio del adjudicatario y los concursos públicos están cada vez más restringidos a un oligopolio económico, un nuevo octópodo.

Me queda la palabra, cantaba Blas de Otero. No es sólo el derecho al pataleo al que apelaban los estudiantes salmantinos para calentarse en sus gélidas mañanas de invierno. Es el derecho de un pueblo, es gritar al poderoso que no podrá acallar la cultura, porque entre tanto estafado por la política y la economía, hay un pueblo que piensa, un pueblo que habla. Italia erige estatuas a Virgilio o a Dante como si fueran héroes de la patria. Por qué no recordar el verso de Celaya: «La poesía es un arma cargada de futuro» O el más rebelde de Quevedo: «No he de callar por más que con el dedo silencio avises o amenaces miedo».