A punto de marcharme corriendo al trabajo y con la taza de café entre las manos, me sorprendió con una chocolatina. «Te la compré mientras desayunaba. La vi y pensé en ti», me dijo sonriente. Como para no comérselo a besos y darle un fuerte abrazo. No era un anillo de brillantes ni un crucero por el Caribe, pero si les digo la verdad me hizo mucha más ilusión. El otro día mi compañera Ana Lucas, a quien por cierto desde aquí mando un beso, escribía sobre la necesidad de valorar lo que tenemos, de cuidarlo y mimarlo día a día para que la pasión del primero no se apague. Al final son esos pequeños detalles los que más valoramos, los que disfrutamos y se nos quedan en la retina. Sus ojos al ver mi cara de sorpresa y alegría mientras engullía el chocolate más feliz que una perdiz. Y el recuerdo de los suyos mientras me miraba la mar de contento. Carpe diem, al margen de pactos políticos y del viento que amenaza con soplar este fin de semana. Son dos días y hay que vivirlos a tope.