Hace un par de semanas, mientras estaba pasando de un canal a otro, encontré en televisión un programa sobre casas. Se trata de un programa repetido de una famosa cadena nacional donde algunas personas abren las puertas de sus viviendas a los reporteros para mostrarlas al público. Es muy interesante y entretenido; los dueños de las casas en su mayoría de lujo, ya sea por la antigüedad, por la enormidad o por la localización nos enseñan cada una de las estancias, la decoración de la respectiva vivienda y cuentan alguna que otra anécdota curiosa, especialmente con las construcciones antiguas.

Para ser sincero, debo reconocer que cuando veo esas enormes y preciosas casas, con sus piscinas, con sus jacuzzis, con sus cuadros del siglo XV, con sus grandísimos espacios, con sus chimeneas encendidas, con sus salas de billar, con sus enormes y cómodos sofás, con sus vinotecas o con sus bellos jardines, siento una cierta envidia. Una envidia sana. Pero, sobre todo, siento una profunda decepción.

En la actualidad, un número importante de los dueños de esas preciosas y valiosas viviendas que hay a lo largo y ancho de nuestra querida España están relacionados directa o indirectamente con el mundo de la construcción: arquitectos, agentes inmobiliarios, decoradores, notarios, constructores, dueños de empresas de materiales de construcción, concejales de Urbanismo, etc. Resulta curioso que algo tan necesario como una vivienda se haya convertido en un fructífero negocio. De hecho, en las sociedades modernas, las necesidades primarias de los seres humanos se han aprovechado para convertirlas en enormes y lucrativos negocios; negocios, en muchos casos, económicamente 'fraudulentos' y en casi todos moralmente deleznables. Así, la sanidad o la vivienda, por ejemplo, son hoy en día dos enormes negocios tan fructíferos como especulativos. La muerte y la vida unidas por el preciado dinero.

Regresando a la cuestión de las casas, si echamos cuentas, una vivienda sencilla, en realidad, cuesta muy poco dinero. De hecho, los materiales y la mano de obra apenas han variado durante los últimos años. Y una casa no deja de ser cemento, arena, acero y arcilla. Son la especulación del suelo y las enormes plusvalías cercanas en muchos casos al 100% las que encarecen las casas. En muchas ocasiones, de una fase de construcción a otra con el mismo precio del suelo, el mismo precio de mano de obra y el mismo precio del ladrillo puede haber una variación de un 30% de una vivienda a otra. Y eso en cuestión de dos meses. Algo absolutamente injustificable y (en una sociedad justa) casi hasta delictivo.

Ahora que vivimos en crisis, estamos tremendamente sensibilizados con la cuestión de la vivienda y los desahucios. Así somos. Nos gustan las modas. Sin embargo, más tarde o más temprano, saldremos de la crisis, los sueldos subirán un poco, el precio de la vivienda aprovechará para dispararse y de nuevo hordas de consumidores acudirán en tropel a los bancos para pedir hipotecas de 300.000 euros a cuarenta años. Toda una ganga. Y ya no protestaremos. Los políticos y los especuladores se frotarán las manos, y el mundo seguirá girando con su rica zanahoria y su burro detrás.