Si tuvieses un diamante único en la naturaleza, que hubiera pertenecido a Liz Taylor y ahora, por la circunstancia que fuese, viviera en tu joyero, ¿a que no te lo pondrías a diario para ir a trabajar? Aunque te encantó este menú degustación que, como premio, te pegaste en una fecha señalada en el restaurante fichado como templo gastronómico de moda, ¿a que no cenarías cada noche la misma propuesta? Entonces, ¿por qué con el amor sí lo haces? ¿Por qué muchos humanos se empeñan en estropear, a fuerza de día a día, lo que habría de ser lo más extraordinario, sublime y feliz de sus vidas? ¿Por qué exigencias tipo ´no me has mandado un WhatsApp de «buenas noches»´, «no salgas con tus amigos», «si no me llamas a diario, no me quieres»? Si el mero hecho de ver al ser amado no te supone la gloria, el máximo estallido de alegría, los nervios en el estómago mientras revisas el reloj y esperas el momento de la cita, ten cuidado. No vaya a ser que tú mismo mates el sentimiento a fuerza de inyectarle una excesiva normalidad.