Como las opiniones son libres, hay quien dice que acachaparse no es más que la deformación vulgar de agazaparse. Pero más lógico es pensar que cuando los hablantes de aquí accedieron a este vocablo estaban pensando en la simbiosis de acachar y chapar, versiones rotundas y castizas de agachar y chafar, respectivamente. Si esto es así, podríamos pensar que, con afán totalizador, quisieron dar una visión casi cinematográfica del movimiento, fundiendo en una sola secuencia la acción de inclinar el cuerpo y la subsiguiente de aplastarlo contra el suelo, como en un esfuerzo telúrico de confundirse con él. Y todo porque hace mucho frío o por simple deseo del vergonzoso de pasar desapercibido ante los demás; pero, sobre todo, como una estrategia sibilina de camuflaje que, sin ser vistos, nos permite observar sin riesgo lo que pasa alrededor. Y eso es lo que hace el fisgón disimulado en un rincón, o el perro y el gato reptando como una lapa contra el suelo en una tensa espera para no ser descubiertos o para acechar a su víctima, sea animal o persona, que eso poco importa para lo principal.