Julio Verne está en el origen de la curiosidad, la aventura, el descubrimiento y el conocimiento de muchos lectores que, al llegar a la edad adulta, quisieron acometer lo que él imaginó». Así arranca la presentación de la exposición que muestra Telefónica durante estas fechas en Madrid, y que me da pie a mostrar mi inquietud acerca del empobrecimiento, no ya personal, sino de la sociedad, por la falta de interés por la lectura -uno de los placeres que nos regala la vida- lo que lleva irremediablemente a tener poblaciones más zopencas y, en consecuencia, manejables y manipulables. A mí me sigue encantando el libro de papel, pero esta no es la cuestión a debatir, sino si se lee o no, sea en el modelo tradicional o en e-book o en tablet, y mucho me temo que, aunque la estadística nos dice que cada año se escriben y se leen más libros, no quiere decir que aumente el número de lectores. La exposición de Julio Verne a la que me refería recoge su influencia sobre aquellos que leyeron sus libros y se atrevieron a hacerlos realidad, aportando a la Humanidad un gran número de inventos o de fracasos previos que finalmente llevaron a grandes descubrimientos y que han permitido a lo largo de los años que nuestra civilización avance.

Y aunque los datos señalados no invitan al optimismo, no pierdo la esperanza en las próximas generaciones después de ver, esta misma semana, el entusiasmo de los niños de diez y once años por conocer a la escritora Marisa López Soria durante un encuentro de la Casa de la Cultura de Cartagena. Más de doscientos alumnos desfilaron ante la paciente y entregada autora para que les escribiera una dedicatoria en su novela El verano que nos comimos la luna. Pude apreciar algunos de estos libros y estoy seguro, por lo manoseados que se veían, que han sido leídos por los críos. Sé que muchos de estos chicos abandonarán el papel en cuanto les crezca una tablet o un smartphone en la mano, pero hasta que eso ocurra tal vez sus cabezas puedan estructurarse y formarse para atenuar el impacto de la vacuidad de, por ejemplo, algunos programas televisivos que hoy forman la cabecera de millones de españoles que prefieren la manipulación de la caja tonta a la libertad que otorga un libro.

Muchas corruptelas. Cuando estábamos aún asombrados y tratando de asimilar que 7.140 personas han sido detenidas por corrupción en los cuatro años de la última legislatura -cinco arrestados al día, no podía creer el número facilitado por el ministro, tal vez el próximo Gobierno debería plantearse la creación de un ministerio de la Corrupción-, la Agencia Tributaria nos descubría el penúltimo caso delictivo protagonizado por empresarios del sector cárnico nacional en una estafa a las arcas públicas de proporciones millonarias. Uno más de una cadena que parece no tener fin. ¿Queda algún sector sin pudrir en España?