No hacía falta ser Einstein para vaticinar que la austeridad sobre la economía iba a provocar mayor pobreza, desigualdad y, finalmente, una nueva crisis económica. La dosis de aceite de ricino que hemos sufrido sobre nuestras carnes lleva camino de transformar la enfermedad en endémica. La receta liberal está claro que es contraproducente, pues los recortes del gasto público no sólo no han conseguido domeñar el déficit sino que nos han debilitado hasta tal punto de llevarnos, de nuevo, al quirófano. Las cuentas de las comunidades mediterráneas, como Murcia y Valencia, dan muestras de la ineficacia del bisturí, que se ha empeñado y empuñado con saña sobre la inversión, la sanidad, la educación y la atención a la dependencia. Más déficit, menos servicios y más impuestos.

El pronunciamiento „que esperamos que no se reduzca sólo a miento„ del Gobierno regional sobre la necesidad de un pacto sobre educación, sanidad y dependencia confirma que estos ámbitos necesitan la reanimación tras estar a punto de perder su sentido. No es, sin embargo, privatizando clínicas y colegios como se conseguirá defender el servicio y, por supuesto, reducir el gasto. Las últimas auditorías sanitarias son claras a la hora de advertir que la denominada externalización provoca una sangría sobre los recursos públicos. Tampoco la solución es bajar los impuestos que, junto con la austeridad, constituye el vademécum de la política conservadora. No son tiempos de mucha fe en la gestión pública o, lo que es lo mismo, creer en el milagro de que con menos impuestos es posible ofrecer más y mejores servicios públicos. Hay economistas que aún achacan la crisis a que vivíamos por encima de nuestras posibilidades, obviando la especulación de los poderes que realmente la generaron. Nuestro Albert, por el contrario, supo ver hace cien años lo que eran las ondas gravitacionales. Nosotros, hoy, sufriendo ya ondulaciones graves, a secas, aún nos cuesta entenderlo, aunque sí sabemos muy bien cuáles son los agujeros negros entre las que navegan esas increíbles señales. No hay mayor fosa que la que nos abre la austeridad.