Los habladores llanos nos preocupamos mucho de hacer muy presente lo que decimos, recurriendo, si es preciso, a la exageración. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, cuando queremos ponderar la inmediatez de una acción con relación a otra anterior. Mientras que otros recurren a expresiones más o menos denotativas para marcar la cercanía temporal de ambos sucesos „tan pronto como, en cuanto, al punto que„, nosotros preferimos giros extremos que no dejen lugar a dudas sobre la diligencia del actuar. Así que podríamos decir en to(do) que€, con lo que encareceríamos la urgencia de lo que pretendemos; pero cuando elegimos en na(da) que, no hay lugar a dudas de que no tardaremos ni un segundo en hacer lo que afirmamos: «En na que termine, estoy contigo», «En na que me lave, salgo cortando p´al pueblo», «En na que me llames, voy a recogerte», decimos, y nuestro interlocutor queda enterado de nuestra implicación en el asunto y de la inminencia de nuestro hacer. Por eso podemos decir que en este caso poca es la distancia entre el todo y la nada a la hora de encarecer nuestra diligencia.