Cuando derribaron la Pescadería Miguel me pasó lo mismo. No me lo terminaba de creer, mientras lo leía, fuera de temporada, inmerso en el día a día. No dudaba de que en verano, uno de esos días en los que cogíamos el maravilloso ferri desde La Manga, íbamos a terminar cenando allí, a la brisa del Mar Menor, con los amiguetes del otro lado, como tantos y tantos días inolvidables. Pero no pudo ser. Aquella barbaridad incomprensible se llevó a cabo. Ahora con la Lonja ha pasado exactamente igual. He ido leyendo todo lo que acontecía, perplejo, y he visto cómo las gentes maravillosas que llevan generaciones dándole vida a La Ribera se han movido para, al menos, ser escuchados. Pero todo se ha quedado en un movimiento de nostalgia y apoyo entre unos y otros, porque La Lonja ya es historia.

Este verano, cuando crucemos el Mar Menor para cenar a luz de la luna, en la mismica playa, el mejor pescaito frito del Mediterráneo, nos vamos a quedar ciegos. Y ya les digo que seguramente, a mitad de camino, embriagado por la brisa de la Encañizada, aún pensaré que al llegar, allí estarán la mesicas preparadas, dispuestas.

Estos días hasta he visto a alguien de Costas decir públicamente que es una pena el derribo de La Lonja. Evidente, es una pena. Pero sobre todo es algo incomprensible, y cada día que pasa y conocemos noticias como que en la Malvarrosa los restaurantes han recibido una prórroga de veinticuatro años de Costas, es más incomprensible. Sí, que veinticuatro años y luego qué€ que dirá el cenizo, para eso que terminen ya. Pues no. Con veinticuatro años más mis hijos hubieran conocido esas cenas de luna llena y mar en calma.

Podrían haber cenado allí con su primera novia, y con sus amigos del otro lado, y nosotros evocar esos encuentros, como los evocaron nuestros padres. Pero se ve que la presión en la Malvarrosa es suficiente, o tiene una calidad que aquí no tenemos para que alguien entre en razón, y no. No voy a pedir que se carguen los de allí, al contrario. Aplaudo y me alegro por ellos. Es más, iré pronto a disfrutarlos en nombre de La Lonja y La Pescadería.

La última vez que comí en La Lonja fue con un grupo de blogueros murcianos. Era la primera vez que coincidíamos allí, y casi todos teníamos las mismas experiencias. Allí hablamos de cómo la Costa Cálida nos hacía felices, y fuimos felices. Aquel día La Lonja fue el epicentro de la felicidad murciana, al menos, en los blogs sobre Murcia, gastronomía murciana, historia€ Que hoy una pala termine de derribar La Lonja es representativo, casi romántico, de lo que a veces pasa en nuestra querida Murcia.

Un día celebras allí la felicidad y al siguiente una pala lo derriba. Al menos lo hemos vivido, y podremos contarlo. Y no perderé la esperanza de que un día vuelvan a estar allí. Para hacerlo como nadie no faltará en verano el caldero del gran Ramón El Gurullo, alma de la gastronomía y la pesca de La Ribera, que se despedía emocionado de La Lonja en la noticia de tres minutos que finiquitó su existencia, diciendo que para él, aquel lugar siempre estará vivo en su corazón. Y así será también en los nuestros. Vale.