En el imaginario popular, el Senado se parece un poco bastante a Marina d´Or. Ciudad de vacaciones. Cuadrillas de enfermeros, fisioterapeutas y animadores de ocio cruzan en silencio los suelos de mármol de salones llenos de bustos venerables, mientras sus señorías, en albornoz, compaginan su, ejem, ´actividad parlamentaria´ con los baños termales, o el bingo, o las verbenas con folclórica incluida. Los autodefinidos, las cabezaditas, el parchís y las batallitas de cuando la transición completan los días, muy parecidos unos a otros salvo cuando llega, de la Cámara Baja, una ley (ese día dan, en el buffet, crema catalana de postre), o cuando se devuelve refrendada dos meses más tarde (por la noche, bailes de salón).

Yo quería hoy romper algunos mitos sobre el Senado para que, al menos, podamos empatizar con estos abuelos de la patria. Para que entendamos en parte su soledad, su melancolía y el motivo de que cada vez que se cruzan con Ramón Espinar (hijo) le pidan un solysombra. Resumiendo mucho: los senadores también lloran. Donde tú ves grandes depredadores (de lo público) en lo más alto de la pirámide trófica ésa, yo veo seres humanos. Donde tú ves aforrados (uy perdón, vaya errata) a salvo de citaciones judiciales, yo veo ancianos olvidados por sus familias, alejados de sus nietos, viendo la tele en su cuarto (Pasapalabra, claro) en plena Nochebuena. Qué dolor, qué dolor, qué pena. Donde tú ves por ejemplo a doña Rita y a doña Pilar haciendo punto de cruz en la mesa de camilla, tomando anís y charlando de sus cosas (qué te ha dicho el médico dónde he metido el pastillero, cuándo prescribe lo tuyo ), yo veo a dos Napoleonas. En la isla aquélla, claro. Esa soledad. Ese miedo a la puñalada trapera, al envenenamiento. Ese haber cortado hasta hace nada la pana bien cortada, acodadas sobre los planos del Nou Cabanyal o de Novo Carthago, y quedarse de la noche a la mañana para cortar la baraja a la hora del chinchón, donde para colmo las apuestas son con garbanzos crudos. Ese silencio del móvil, al que no entra ni un mal whatsapp, ni un sé fuerte, ni un emoticono de la flamenca. Y cuando llaman (¡oh, número privado, quién será!) es de Jazztel. Que cuánto paga ahora por el móvil y la internet. Que si le interesa cambiarse de compañía, que tenemos una oferta para los nuevos contratos hasta fin de m ¿Cómo dice? ¿Que lo que yo quiera, pero que el tres por ciento en un sobre para sentarnos a hablar? Perdone, me he equivocado de número. Buenos días.

Solidaridad para con los senadores, hombre ya. Je suis senaor. Bien ganada la tienen, la inmunidad. Y recogida en la Constitución como dios manda, claro que sí. Su destino en Oropesa ya lo pagaron, pesando sin descanso toneladas de oro, a lo largo de sus infinitas carreras. Si queréis linchar a alguien, ahí están los mindundis, los perroflautas, los titiriteros. Que no falte de ná: que les apliquen la ley antiterrorista si se tercia. Pero a aquél de la fuente, que nadie lo toque. Que lo dejen tranquilo y no lo provoquen, según la Doctrina El Fary, vigente hoy. En tu país. En tu Senao.