Hace unos años, los jesuitas me hacían llegar unas reflexiones sobre la concordia que, partiendo del origen latino de esta palabra, llegaban a la conclusión de que ese estado se conseguía cuando unimos nuestros ánimos y somos capaces de compartir, desde el corazón, lo que vivimos, lo que soñamos, lo que trabajamos y amamos. En ese sentido, la concordia es más exigente que la paz, ya que, en muchas ocasiones, ésta última se construye desde la imposición de un pensamiento y un orden más fuerte, o desde la tolerancia pasiva y hasta indiferente de otras personas. La concordia, sin embargo, no es indiferente a las peculiaridades de otros: las valora, las respeta y las promueve porque se siente profundamente afectada por lo que hace referencia a las demás personas.

Me gustaría extrapolar estos pensamientos a la realidad política de este momento en España, pero parece que es un tanto utópico confiar y esperar de la generosidad y sensibilidad de nuestros líderes algo así, y poner un poco de orden en este caos en el que estamos.

Asistimos a una ceremonia enciclopédica de palabras para definir la situación que nos ha quedado en nuestro país desde la celebración de las elecciones generales del 20D. Términos como responsabilidad, incertidumbre, miedo, confusión, desconfianza, ilusión, diálogo... se han convertido en habituales; incluso nos encontramos con otros mensajes que demandan estabilidad para esta frágil España, de sangre caliente y con la faca en el costado, dispuesta para lo que sea necesario; o altura de miras, que reclaman los amos de los dineros de nuestra tierra brava a los políticos; o las ofertas y pactos que unos y otros integrantes del arco parlamentario se hacen con el consiguiente reparto de sillones y mercancías, etc.

Sin embargo, en este escenario de intereses, qué poco utiliza la palabra concordia, la armonía necesaria para ser capaces de encontrar respuesta a este momento inédito, tras ese 'empate de impotencias', como lo define el sociólogo César Molinas, para la gran mayoría silenciosa que integra la sociedad española que ya está harta, cansada de contemplar este círculo perverso de reproches y justificaciones y de promesas, sin soluciones y hastiada de oír estrategias y probabilidades de formar Gobierno, como al principio, la del PP -el más votado- con Ciudadanos y la abstención del PSOE, para inmediatamente después ver a Pedro Sánchez con el «No señor Rajoy», exhibiendo músculo ante sus barones y abriendo las puertas a un Podemos al que los históricos socialistas le tienen más miedo que los gatos a los pepinos, con el apoyo de IU y con algún que otro independentista. Dos alternativas éstas que no están claras y que, si no sucede algo excepcional, parece que este país está abocado a unas nuevas elecciones, y dicen también que a pasar por una segunda ejemplar transición, con una reforma constitucional incluida.

Algo, esto último, que, sinceramente, veo difícil, que no imposible, por dos razones. La primera, porque en aquel momento fue una oportunidad única, donde hubo grandeza y voluntad por parte de todos los protagonistas buscando una solución a este país, históricamente enfrentado por culpa de la mediocridad de los políticos anteriores al Régimen de Franco. Y en segundo lugar, porque rememorando a uno de los padres de la Constitución, Miquel Roca, en el año 78 se impuso un consenso en el que hubo concesiones y renuncias mutuas. Y la verdad es que tanto generosidad, como consenso, yo no los veo para poner fin a esta deriva.

Pero en un intento de ser optimista de cara al futuro, y en un análisis rápido y con la incógnita sin despejar sobre lo que va a suceder, sí que se vislumbran, a partir de estos resultados, aspectos a destacar. El más importante, para mí, la petición muy generalizada entre la población española de un cambio de políticas. La corrupción, el empobrecimiento y el deterioro social, está haciendo mucho daño y la sociedad exige una reacción a todos los parlamentarios salidos de las urnas. La segunda lectura me surge a raíz de una conferencia que escuché en Madrid del gran comunicador Cristóbal Jiménez Ariza, la semana pasada, sobre si priorizar seguridad perdiendo libertad o lo contrario. De entrada, me surgen dudas. El cambio implica riesgos, pero no podemos negar el proceso transformador de nuestro entorno, de Europa, incluso del mundo y, al mismo tiempo, de la fuerza que transmiten la juventud y las nuevas realidades que se están forjando. De ahí que a aquellos que observamos nuestra cabeza coronada del blanco de los años, posiblemente lo que la Historia nos pide ahora es confianza y buenos consejos para los que llegan, sin renunciar a lo conseguido.

En definitiva, seguir siendo libres por encima de tener miedo por creer que peligra la seguridad de los nuestros. El valor es lo que nos hace avanzar, afirmaba Cristóbal Sánchez, un joven estudiante de Segundo de Bachiller, de tan solo 16 años.

Quiero confiar, confío, en el actual sistema democrático porque siempre será garante de los derechos de la inmensa mayoría y además tendrá la respuesta adecuada para los nostálgicos y los iluminados. Y a nuestros diputados y diputadas, un recordatorio: en política se puede estar en la difícil tarea de gobernar honradamente o en una digna oposición.

Así, pues, a rebajar ese estado de ansiedad.