Se siguen cerrando librerías, y eso que en las pasadas elecciones a todos se les llenaba la boca de ´cultura´. Se cierran una media de dos al día, 912 durante el 2014. Resistieron durante bastante tiempo el odio y las embestidas de la sinrazón y de la intolerancia, incluso algunas, las más comprometidas, fueron quemadas o se destrozaron sus escaparates ante la mirada benevolente del poder de turno hacia sus exaltadas ´juventudes´. Ahora se cierran por motivos de viabilidad económica, aunque en el fondo, por más que nos digan que no, aquella incultura nos ha llevado a esta otra. Se cierran también por la competencia ´aséptica´, distante y desleal de las ´grandes´ corporaciones como Amazon o de las ´grandes superficies´, siempre beneficiarias de un modelo de desarrollismo a cualquier precio tan del gusto de políticos de uno y otro lado, de urbanistas amantes de la dispersión y de ortodoxos economistas diletantes, tan apreciados precisamente en estos momentos. Y también se cierran, como ocurre con cines, teatros o galerías de arte, por el desinterés general inducido (oh! sociedad del espectáculo) ante la cultura y el arte, reducidos cada vez más a puro ´entretenimiento´ o a meros ´adornos de la corte´, y utilizados frecuentemente como coartadas para magnos equipamientos onerosos y difícilmente sostenibles.

Se están acabando, pues, los referentes y los hitos culturales a pie de calle, esos que simplemente abren todos los días y no se inauguran con fastos y ´personalidades´. Se acaban los proyectos independientes, de ´emprendedores´ del arte, ahora que a todos les gusta utilizar tanto esta palabra. Y con ello se acaban espacios de relación entre creadores y paseantes, entre creadores y comercios: un tejido de relaciones subyacente, invisible pero imprescindible, que dinamiza los centros históricos y da personalidad a las ciudades desde la parte ciudadana, no desde el determinismo de los gestores; desde la creación, la opinión, el diálogo, desde el habitar, en fin, las calles; más necesario aún en estas ciudades donde parece sublimarse el modelo de ciudad-decorado, en las que nuestra Historia, la vida actual, está siendo expulsada por la prioridad de lo monumental y lo turístico, con su ´cultura del entretenimiento´, sobre el ciudadano.

Se van acabando también los apoyos institucionales, las atenciones y los pocos dineros que quedaban después del dispendio; sobre todo se van acabando, o se dosifican arteramente, para aquellos creadores o proyectos con espíritu crítico, molestos, que no se ajustan al modelo de cultura de ´catálogo comercial´, de sumisa modernidad ponderada, o de ´desarrollo turístico´ que ha acabado impregnándolo todo, desde Oropesa del Mar hasta el Cabo de Gata.

Y se acaba en la ´corte´, si es que algo queda, e incluso en la calle, el pensamiento crítico, la opinión divergente, la sugerencia constructiva: hay un miedo latente a decir lo que se piensa, una especie de ley del silencio, de ´omertà´ cómplice; miedo a la diferencia, a otros modos de pensamiento, a entender la cultura o la creación, que vayan un poco más allá de la ´fiesta´, de lo ´divertido´, de lo ocurrente, del entretenimiento ´obligatorio´ o de lo meramente decorativo; miedo a significarse como intelectual ante tanto ´chelismo´ triunfante que acapara medios, en los que exhibe sin pudor alguno su pobreza de pensamiento. Y hay miedo también, y esto es ya enormemente triste, a contrariar a aquellos de los que depende tu sueldo, a que te nieguen una subvención o a que te desmonten un proyecto€ por una simple opinión disidente o por una supuesta competencia mal entendida por los que llevan instalados demasiado tiempo.

Pasados los cien días de cortesía desde aquellas elecciones en las que todos hablaban de ´cultura´, puede ser tiempo de recordarles, a unos y a otros, todo lo que dejaron de hacer al respecto y todo lo que han hecho para que lleguemos a este estado de cosas. Puede ser tiempo también, de hacernos reflexionar para que no vaya a más esta ´sicilianización´ inminente, esta mediocridad tan ´turística´ que se nos viene inyectando en la médula de lo social.

Y por la otra parte, por la nuestra, la de los gestores, creadores e incluso paseantes, es tiempo de dejar de delegar y de implicarnos de nuevo en lo que queremos ser y en lo que nos queda; tiempo de recuperación de espacios y proyectos de creación independientes (aunque sólo sea por higiene, por supervivencia creadora) que no estén sometidos a exigencias cortesanas ni a las directrices propias de esos ´modelos´; tiempo, en fin, de construir, fuera de ´Palacio´, sin intermediaciones de conveniencia ni monopolios culturales, un amplio entorno colaborador, un estado de cosas que deje mostrarse o decirse al pensamiento y a la creación actual, en su enorme diversidad, sin condicionantes ´desarrollísticos´ ni afiliaciones de ningún tipo.

P.S.: Anticipándome a las previsibles críticas, sugiero al lector que compruebe las tasas de paro ´crónico´ de estas nuestras regiones tan turísticas con otras que no lo son tanto como, por ejemplo, Albacete, Guadalajara, Palencia, etc. Cartagena (por ejemplo) es el quinto municipio español con la tasa de población en riesgo de pobreza más alto de España. La tasa se sitúa en el 35,5%, según un estudio de AIS Group basado en datos del Instituto Nacional de Estadística y Habits Big Data. (La Opinión, 18.09.2015)