Hace poco escuché que somos los miembros de una generación que es incapaz de esperar esos minutos que pasan entre que enroscas la cafetera italiana y el fuego hace su trabajo para que, como por arte de magia, la cocina se empiece a llenar del aroma del café recién hecho. No, muchos ya no soportan esa larga y tediosa espera -de unos cinco minutos- porque lo que deseamos es meter una cápsula en una máquina y apretar un botón. Está bueno y es rápido. Y ya. Somos la generación Nespresso y no solo para el café. No puedo atribuirme la autoría del término, pero comparto el análisis social que esconde. Si se ha estrenado un capítulo en EE UU de tu serie favorita, lo quieres ver al día siguiente, tus nervios no aguantarían más; si mandas un ´whatsapp´, tres minutos es demasiada espera para una respuesta... y así con todo; incluso con el amor. La generación Nespresso es la que liga en Tinder y coquetea a través de mensajes. Y si en una semana no hay conclusión, a otra cosa. Dos citas seguidas para conocer a alguien son casi un desperdicio. La generación Nespresso olvida que hay cosas que como mejor se hacen es a fuego lento.