Con la crisis económica, muchas empresas han cambiado, con grandes abusos, la contratación de empleo desde los asalariados a los autónomos, a los becarios en precario y al voluntariado sin remuneración alguna. También algunas universidades españolas, la UMU, la UPCT y la UCAM entre ellas, realizan muchos contratos en el mismo sentido. Nuestras universidades cayeron en el engaño, fomentando además la moda del emprendimiento de raíces neoliberales. La mayoría son serviles a las Escuelas de Negocios, a las Fundaciones de la gran Banca y demás adláteres del poder financiero.

«Lanzaron una cortina de humo; esa especie de juego de espejos e ilusiones que es el emprendimiento, para tapar un drama tan brutal como el paro». A los políticos del PP „y a los economistas neoconservadores„ no se les ocurrió otra cosa para solucionar el desempleo, que decidir que lo hagan los emprendedores y los parados. Claro que es importantísimo el emprendimiento en el tejido industrial de nuestro país, que lo es y mucho, pero no repartido en cientos de startups, en miles de mini pymes de un solo (o dos) trabajadores autónomos.

Pero la trampa estaba servida: aumentó la desvaloración y la erosión del mercado laboral de los recién licenciados, muchas veces con el beneplácito de los sindicatos oficiales. Mucho prometer „con fines electorales„ ayudas y rebajas fiscales para estos jóvenes autónomos emprendedores, y luego vienen Montoro y Báñez cociéndolos a impuestos y tasas. Y es más, según Forbes, la prestigiosa revista internacional del mundo de las finanzas y de los negocios, los trabajadores autónomos españoles son los que más impuestos pagan de casi toda Europa y los que menos derechos sociales tienen. Las ayudas institucionales son pocas y ponen muchas trabas burocráticas. La revista, que ha utilizado para su análisis los datos oficiales de la UE y de la OCDE, afirma claramente que las famosas startups españolas, las tecnológicas sobre todo, no son la panacea del empleo y del negocio. Startup y pelotazo son dos conceptos que no van ligados, y todos los gurús del emprendimiento afirman que solo triunfan una de cada diez startups.

«En el mercado laboral español hay por una parte, sobredosis de emprendimiento y, por otro, más de 55.000 puestos de trabajo sin cubrir porque las empresas no encuentran a los candidatos idóneos» (José Rolando Álvarez, presidente Grupo Norte). No es el único empresario que habla „o insinúa„ la estafa que supone el exceso de emprendimiento en España. En nuestro país urge una innovadora reestructuración del sector industrial, y no tanto un montón de pequeñas pymes que apenas coticen y con autónomos sufrientes, apareciendo y desapareciendo del mercado laboral. No necesitamos miniempresas instaladas en sótanos o en garajes, con un ordenador y dos sillas, pues su valor es tan hipotético como volátil. No se puede embaucar a los trabajadores con el chollo del empleo ideal de su vida. Debemos reestructurar el tejido industrial del país con jóvenes preparados, con estudios, pero también con mano de obra especializada.

Este exceso por la novedad de un engañoso emprendimiento y de una pacata innovación salpica también a las universidades de la Región de Murcia, públicas y privada. Más de un tercio de los trabajadores españoles con título universitario desempeña una profesión que no requiere una educación superior. Y lo que es peor, el colectivo con la tasa de paro más baja del país „casi tres veces menos que la de los que solo cuentan con el graduado escolar„, al menos un 37% están sobrecualificados según el último informe de la Fundación Conocimiento y Desarrollo (CyD).

Ingenieros, matemáticos, físicos o químicos son los que consiguen con más facilidad empleos y salarios acordes al nivel de sus estudios, aunque siempre dentro del corsé del mileurismo. Pero también nuestros licenciados ejercen de agentes de servicio de limpieza, cajeros y reponedores de grandes y pequeños supermercados, jardineros, basureros, peones, barman, camareros y camareras de bar o de hoteles, conserjes, camilleros, etc. Y aquí, claro, los sueldos son ridículos, y las condiciones del trabajo, penosas. Muchos de estos licenciados y graduados han salido milagrosamente a flote de la catástrofe generada por los nidos, incubadoras, pseudo parques científicos del puro negocio, aceleradoras y viveros de empresas, gestionadas por universidades y ayuntamientos que están al abrigo de los dictámenes y de las recetas y mandatos del poder económico. Y no es cuestión de crear servicios dentro de las universidades, y centros de formación ad hoc, para ser recaderos del Ibex35 y de lo que dicten los mercados y acreedores.

La misión fundamental de la universidad pública no es esa. No tiene que centrar sus esfuerzos y talento en crear espacios en los campus universitarios para los negocios e infraestructuras del emprendimiento.

Este modelo de crecimiento, que sustituye asalariados por autónomos, por falsos emprendedores, arroja muchas dudas aún. Y por otro lado, no es una función de la universidad cambiar los modelos de producción y del mercado laboral. Las universidades deben colaborar en estos planes y proyectos, pero no dirigirlos ni generarlos. Para eso están las Agencias de Innovación y Desarrollo, las empresas, las consejerías de Economía y Empleo, direcciones generales de Industria, Innovación, y fundamentalmente las Cámaras de Comercio.

Todos los recursos técnicos, tecnológicos y humanos (profesores y trabajadores) de las universidades (públicas y privada) de la Región de Murcia deberían estar orientados, más bien, a crear, educar y formar a sus alumnos y titulados, en impulsos de ideas innovadoras, creativas, y fomentar la industria educativa y sociocultural de la Región. O sea, fomentar un ecosistema de innovación abierta al servicio del aprendizaje, la investigación, la creatividad y la excelencia. Esta sería la esencia de la universidad, la de las públicas en concreto: su plan estratégico para el futuro.

Y dejémonos de colgarnos pretenciosas medallas sobre si somos o no la universidad que más titulaciones ofrece a la demanda social y empresarial. Pues no creemos en un modelo de universidad que busca solamente la alta producción con una muy baja calidad docente, o sea la pura especulación financiera.