Hace un par de semanas se marchó al cielo de los perros Reina, la perrita de Juan Bautista Sanz. A mi perra Luna, aparte de tener mal sincronizada la válvula mitral, que de eso está mejor estabilizada ahora, le han encontrado otra enfermedad, la diabetes. Y Pepa, la hija de Juan, que es veterinaria, la ha tenido en su clínica dos días para estudiar la cantidad de insulina que hay que ponerle y en qué momentos del día mediante un control que le ha realizado del azúcar.

Siva, que es la perra de Paco Vidal, parece que ha salido de una muy gorda, leishmaniosis: se trata de una enfermedad parasitaria grave en el perro causada por un parásito. También anda bien mi Roque, el perro que, cuando era pequeño y vivía en la calle, comía de lo que le daban los niños del colegio de Santo Ángel, porque hacía un salto circense que les gustaba mucho y, a cambio, le daban la recompensa del bocadillo. Roque iba así, entre saltos y carantoñas, sobreviviendo, hasta que dio conmigo una noche que llovía y hacía frío y lo metí en casa un mes a media pensión. Finalmente lo dejé con Luna, que ya vivía con nosotros, y hasta la fecha.

Mientras Luna ha estado en el hospital al cuidado de Pepa, Roque echaba de menos a su compañera. No saltaba, no corría por el patio ni tiraba de mí cuando lo sacaba de paseo; nada de ladridos ni de correrías, porque se ve que echaba de menos a la perrita. Y es que Roque se ha quedado demasiado solo. Y ahora que ya está en casa Luna, pues todo son alegrías y ladridos otra vez.

Mi vecino Antonio Sánchez Gallego, el pintor, todavía no ha vuelto de la playa con Wuanda, que suponemos la tiene Roque por novia; y hace unos meses falleció también otro vecino amigo de Roque, Lolo, un perrito negro muy autónomo y algo así como el jefecillo del barrio. Un perro de otros amigos, Antonio y Esther, muy listo también.

A Roque trato de explicarle lo que está sucediendo a su alrededor. Y lo de Luna lo tiene muy preocupado, que yo lo sé, porque se queda por la noche mirándome y le hablo de ella y ahora la huele y la mira fijamente. Supongo que le extraña que un día se la llevó Pepa y volvió al día siguiente, y, como me ve ponerle inyecciones, creo que se da cuenta de la gravedad del asunto. No se sabe, pero mira y escucha con mucho interés.

Y yo ando un poco triste también, porque Luna es tan buena... Y creo que se da cuenta de su malestar, de su salud, que va deteriorándose poco a poco. Y me mira como si me preguntara algo o cuando le hablo y le digo: «Lunita, bonita, te vas a poner buena porque eres muy guapa». Y es que creo haberles dicho alguna vez que yo hablo con los perros, y con los mirlos también. Un poco imitando a Salomón, que dicen que hablaba con toda clase de animales, y yo, pues con esos que digo. Que a veces aprende más uno con ellos que con las personas, sobre todo en sentimientos, en querencia y agradecimiento. En esto, los perros son leales como nada ni nadie, son buenos y te acompañan siempre que te ven preocupado. Y ahora me doy cuenta de ello, de la falta que les hacemos, y ellos también a nosotros.