Hay pueblos que fueron prósperos, y que hoy languidecen en una decadencia insostenida. Como el mío. Se nota demasiado y en demasiadas cosas, a poco que uno se fije. Puede que lo de antes fuese una prosperidad virtual, falsa, un tanto escaparate, no lo sé, mas sí sé que, al menos aparentemente, un tanto malgestionada. Pero ahora existe un declive real, manifiesto e indiscutible, con respecto a una pujanza anterior que lo hacía modelo de desarrollo, y que hoy lo hace un modelo agónico. No solo no evoluciona, no solo es que está paralizado, es que, para cualquier observador imparcial y apenas atento, el deterioro es notorio. Y progresivo.

Eso es debido a la crisis, se me contestará. Y sí que lo será, no lo dudo. Pero la crisis ya va siendo un refugio demasiado fácil y acomodaticio para las excusas. La crisis se ha de gestionar, al igual que se gestiona la opulencia, y más cuando se presentan gestores dispuestos a ello que aseguran ser capaces de hacerlo. Hay una política para cada caso, pero no hay políticos a la altura de las cosas? Aún estamos bajo los efectos de la crisis, se me seguirá advirtiendo. Sí, pero sus sueldos y los cohetes festivos no están en consonancia con esa crisis con la que tan ligeramente se justifica el declive? ajeno, aunque general. Ni los impuestos ni los Ibis tampoco se corresponden con el empobrecimiento del pueblo, salvo en su desmadrada desproporción. Si bien, claro, lo segundo sirve para sostener lo primero.

Cuando un pueblo, además y sumándole a eso, está en la tesitura política de la precariedad, de no existir una clara mayoría de gobierno, como muchos tras las elecciones, el retrato de sus gestores resulta más nítido cuanto más confuso e inoperante es ese mismo gobierno. El que está al frente puede abusar de su mejor excusa: es que no me dejan gobernar, y usarlo para echar la culpa a los demás y desgastarlos.

Y hasta tendría un punto de verdad si no fuera porque tampoco renuncia a su inmerecido sueldo. Pero es que los de la oposición tampoco llegan a utilizar el poder que ha puesto en sus manos la ciudadanía para enderezar las cosas. Posiblemente porque les asusta asumir las responsabilidades cuando las cosas están extremadamente difíciles y complicadas, cuando no salen las cuentas, porque posiblemente busquen lo mismo que los que están, una buena colocación, unas buenas sopas y un aquímelasdentodas.

Sea como fuere, solo demuestra una única cosa: defienden antes el interés del partido y su propio interés que el de ese pueblo que declina a ojos vistas. O si no, no lo permitirían. Uno debe mirar por su propia empresa, pero cuando la empresa es el pueblo no hay más siglas ni más intereses que los de los ciudadanos. Y uno no se debe separar de su propia media, por pobre que ésta sea? Los pactos de gobierno están para eso, y funcionan cuando se quieren hacer funcionar por el bien común.

Pero no es de recibo que, por no admitir un pequeño sacrificio de imagen o cuota de poder, se estén sacrificando las esperanzas de todo un pueblo. Lo demás, permítanme, son trivialidades, cuentos? Cuentos de competencia, de rivalidades, de adquisición de influencias, de intereses partidistas? de todo cuanto ha llevado al garete a este país, a muchos pueblos de este país y a mucha gente de esos mismos pueblos?

Si algo o alguien no funciona, se quita, se suprime, se cambia por algo que sí lo haga. Eso es elemental. Es el a-b-c de la lógica y del sentido común. Se llama moción de censura. Donde no existe responsabilidad, hay que establecerla; donde no existe claridad, hay que poner luz; donde no existe generosidad, hay que ser sacrificado. Pero, en esta tesitura decadente, al pueblo no nos valen explicaciones justificativas ni excusas políticas, no nos sirve ningún porquesí o porqueno que no sean acciones concretas, objetivas? y decididas. Y generosas. Todavía estoy esperando que un político se haga, viva, sienta, cobre y sobreviva como el ciudadano común al que administra. Quizá algún día eso sea posible? Quizá.