dentro de los líos en curso hay uno con el que no contábamos: el mal rollo en el seno de la familia Alcántara. Inés, la hija, que acaba de ser sustituida en el reparto, dice que el productor, Mercedes, su madre y Antonio, su padre, «son una cuadrillita de amigos que se han asociado» y que «entre ellos se lo guisan y entre ellos se lo comen». ¿Qué hacemos ahora? Menos mal que el follón ha pillado lejos a Wert porque, de seguir por aquí, seguro que habría aderezado semejante pollo a su manera dejando caer que él ya advirtió sobre el ganado. El caso es que en referencia a su familia televisiva, esa en la que se ve reflejada quienes pueblan salitas de estar, dice Inés que «se creen el centro del universo. Tantos años de éxito deben afectar a la cabeza. Pero la gente acaba enroscada en sí misma. Yo creo que forma parte de la psicología de vivir un pelotazo semejante. Hasta hace dos días al menos una cosa teníamos clara: una andanada de esas características iba dirigida con casi toda seguridad a la familia más señera de Convergència y de rebote volvía otro misil de las mismas características sobre el tesorero y sátelites que orbitaron la madrileña calle Génova. Pero España es una caja de sorpresas. En medio de la desencajada dialéctica con Cataluña, surge el ministro de Defensa para deslizar nada menos que, en relación con el proceso soberanista, las Fuerzas Armadas no deberían tener papel alguno «si todo el mundo cumple con su deber». Los independentistas no han podido encontrar, desde luego, un mejor aliado. Estarán implorando para que se crezca. Con un par de intervenciones más, los que se quieren desenganchar podrían ahorrarse hasta la campaña. La sensación de que hay mucha gente extraviada y de que se ha perdido un tiempo valioso en acercar posturas invade el escenario. Y además cualquiera es el guapo que dice ahora Cuéntame.