Mucha gente se pregunta por qué un cacharrito de éxito planetario como el móvil, el smartphone, no fue anunciado en las novelas de ciencia ficción. Tres buenas razones son: que ya estaba inventado „el radioteléfono sale en películas en blanco y negro„, que no aporta nada nuevo „el teléfono de cable se oye mucho mejor„ y que la ciencia ficción no es un clarín, sólo un genero literario o peliculero. Donde el móvil obtuvo un acierto pleno (comercial) fue en la miniaturización. Miniaturizar significa no sólo hacer más leve o cómodo algo, sino, sobre todo, ponerlo al alcance de muchos. Si te compras un acorazado, aunque esté muy viejo, sólo al peso te sale por una millonada; si compras un dron y unas cápsulas de ricina (yo también sigo Breaking bad), puedes hacer la guerra química por tu cuenta, sin salir de casa. Smartphone: miniaturización doble, del radioteléfono y del ordenador.

Cuentan las crónicas que Joan Oró, que trabajaba para la NASA, y Lluís Miravitlles, que hacía de todo y aún tenía tiempo de explicarlo en TVE, llenaron una habitación enorme con los instrumentos de un laboratorio espacial y, muy ufanos, le enseñaron el monstruo al ingeniero director del proyecto:

„Impresionante „dijo el ingeniero„. Ahora, metan todo eso en una caja de zapatos.

Eso hemos hecho con el móvil y al descender al nivel, formato y presencia de juguete, ha sido adoptado por todos los niños del mundo, cuyo número coincide con el de pobladores. Dicen que a Negroponte (que tiene nombre de nigromante) también se le escapó el móvil en sus profecías. Aún le pasa poco: por hacer predicciones. Escurridizo invento que también hace que nosotros nos escurramos del aquí y el ahora hacia asuntos remotos, aunque, a cambio, siempre hay alguien que sabe dónde estamos (y nos puede dirigir un misil con toda precisión, qué lujo), a quién llamamos y con quién nos entendemos a espaldas de nuestra señora.

Con semejantes capacidades, seguro que ese teléfono es inteligente, pero ¿lo somos nosotros?