A los niños les cuesta creer que no se trata de un cuento cuando les dices que hace unos años en el Mar Menor, podías jugar con los peces pasando por el agua un cubo lleno de pan que los atraía y luego los soltabas. De nuevo en su medio natural, se rodeaban de berberechos e incluso era muy posible que algún caballo o estrella se dejara ver, ya que con frecuencia llegaban a la orilla.

El impacto que han ido teniendo determinadas acciones nos traen a una actualidad muy distinta, a un mar conquistado por las medusas y enfermo, según voces expertas. Queda claro que la necesidad de cuidar la laguna salada es urgente; vamos que le diremos adiós si el deterioro sigue al mismo ritmo, así que más vale que haga algo quien pueda tomar cartas en el asunto.

La valoración técnica que empuja a zanjar cualquier acción o actividad que provoque daños, destaca que ya no queda tiempo para demora y que estamos ante una realidad extremadamente problemática. Según el aviso del biólogo Ángel Pérez Ruzafa, que leíamos en este mismo periódico, ha de considerarse que se está en «una situación límite». Como no es la primera vez que la alarma suena; toca esperar una voluntad política que afronte con rapidez la tremenda situación y ponga todo de su parte para conservar este espacio natural, que estamos obligados a dejarlo como herencia a los más pequeños; así no habrá que contarles que una vez hubo un Mar Menor pero que se agotó igual que las estrellas y los caballitos de mar.

Obviamente al ciudadano de a pie se le escapa la posibilidad de tomar medidas de intervención de envergadura, como son entre otras las correspondientes al vertido de aguas residuales; pero sí tenemos derecho a exigirlas. Si bien, hay algo que sí puede hacer cualquier bañista para cuidar la playa y es encargarse de no ensuciarla.