Lo mejor de todo el simbolismo del referéndum griego de rechazo al acoso e insidias de los prohombres e instituciones de la Unión Europea es para muchos la dimisión del ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, que ha concitado durante meses en su persona, su tarea negociadora y sus opiniones ciertas esperanzas „de los griegos ante todo, pero también de muchos descreídos eurófobos„ frente al poder omnímodo e implacable de los decisores comunitarios. Para muchos, Varoufakis hacía de personaje asimilable a un héroe de Sófocles (frustraciones y castigos incluidos) y daba una imagen de político no profesional, sincero y de confianza.

Tras su renuncia, los psicólogos dirán que se trata de una personalidad fuerte, algo intransigente y orgullosa: seguramente; los políticos del establishment y la mayor parte de los periodistas fieles a la religión comunitaria, que tenía contadas sus posibilidades de continuar las negociaciones con esa troika expresamente denostada: probablemente; sus compatriotas simpatizantes, que ya había hecho suficiente, y que tras el inevitable desgaste otros deben recoger el testigo: puede ser. Los sociólogos políticos deben ver en esta renuncia un acto individual en apariencia pero que trasciende al personaje y pone en danza a Europa entera a partir de un gesto personal de impacto clamoroso: se trata de un mero y simple „y a la vez grandioso e inesperado„ producto social del convulso escenario europeo, de la generación conjunta y resumida de sentimientos colectivos, de paciencias puestas a prueba y de una dignidad en crisis; pura sociología, ya digo, política y popular.

El ya exministro griego ha dimitido, sin anunciarlo, tras ganar el no en el referéndum, que era lo que anhelaba, mientras que el primer ministro Tsipras advertía que, de ganar el sí, dimitiría: una escueta y significativa tabla comparativa de actitudes y éticas, en la que Varoufakis se retira tras alcanzar la meta mientras que Tsipras llegó a amenazar con hacerlo si fracasaba su objetivo. El primero ha abandonado tras cumplir con el papel enérgico y pundonoroso que décadas de politiquería venían necesitando, descabalgándose a sí mismo no sin haber enseñado antes los dientes a la troika intransigente, recordando a sus miembros que ejercen ilegítimamente un poder aniquilador; y ha hecho mutis por el foro partiendo satisfecho en su motocicleta urbana. Y el segundo, queriendo explotar la victoria, se ha mostrado, sin embargo, más atemorizado que eufórico, dejándonos en la duda de si tras la exitosa estrategia del referéndum recurrirá a alguna otra arma secreta que tranquilice a su pueblo y haga que sus verdugos aflojen la presión.

Porque lo que hacen los de Syriza, y por eso fueron votados en su día y refrendados ahora, es desvincularse de una tragedia sin desenlace, cuyo argumento de la deuda ha tenido un desarrollo del que no son culpables. Desde su integración, Grecia es una víctima del espejismo europeo, que la ha despojado de recursos y capacidades especializándola en un turismo de capacidades limitadas, y la ha envenenado con ilusiones de todo tipo, al tiempo que todos su Gobiernos danzaban ese mismo baile irresponsable y encadenaban una tras otra las amnistías fiscales, descuidando la persecución de la evasión fiscal.

Varoufakis habrá dimitido por sugerencia o presión de sus propios compañeros de Gobierno y, por supuesto, de ciertos líderes europeos; pero hacerlo cuando su país respalda las posiciones de resistencia y dignidad que ha protagonizado y resumido durante estos meses merece respeto y admiración: sin sumisión ni pamplinas se ha salido del guión en una Europa de políticos lacayos y dañinos. Por supuesto que su paciencia no ha podido culminar este proceso, y ha acabado diciendo lo que piensa (este tipo viene pareciendo lo que es desde que su figura se infiltró, en abierto contraste, en el mundo desalmado de los encorbatados burócratas de la UE), porque acusar a la implacable presión de sus interlocutores de terrorismo es decir al pan, pan y al vino, vino, aunque diste claramente de lo políticamente correcto.

Los sufrimientos de la mayor parte de sus compatriotas, y en concreto de los más débiles, avalan moralmente esa apreciación, así como la frase de su despedida: «Me honra el odio hacia mí de los acreedores de Grecia».

Vuelto a su escaño, nuestro héroe se codeará „y sintonizará, como es de esperar„ con su compañero de partido Costas Lapavitsas, otro economista universitario que sigue predicando contra la moneda única y nos recuerda (Comment sauver vraiment la Grèce? Sortir de l´euro, une occasion historique, Le Monde Diplomatique, julio) que «el coste actual de la austeridad en Grecia recae en gran medida en los asalariados, los pensionistas, los pobres y las clases medias inferiores»; añadiendo que, con una estrategia meditada de salida del euro, «en el campo de los perdedores estarían los bancos y los grandes patronos». Lapavitsas resume en este artículo su propuesta aplicada al caso griego, que ya explicó ampliamente en Crisis en la zona euro (2013), describiendo las vías posibles de escapatoria y las incidencias esperables.

(Ambos, Varoufakis y Lipavitsas, quedan en la reserva en una saga que dista mucho de acercarse a su final. Mientras tanto, el esforzado Yanis podrá repasar lo que ha ganado con su renuncia. «¡Ya no tendré que discutir „seguro que se dirá, irónico y relajado„ con ese holandés engominado e inescrutable del Eurogrupo, cuya sensibilidad es la de una pared, al que no podía decirle lo que se merecía cuando quería imponernos un ´superávit primario´ y del que en seis meses de contactos he sido incapaz de aprenderme su nombre!»).