Unos días antes de sucumbir a un trancazo de verano que me ha tenido estas dos últimas dos semanas en el dique seco, bueno, no precisamente seco, escribía yo que, más allá de los consabidos temas del agua, de las infraestructuras y de la situación económica, los dos grandes retos que la sociedad planteaba a los políticos eran la renovación y la regeneración. Para entendernos, la renovación de las personas y la regeneración de la política.

Durante todos estos años transcurridos desde la transición, la política ha estado protagonizada a derecha e izquierda por los hombres y mujeres de una misma generación. Pero ocurre que los tiempos son otros, que los lenguajes son nuevos y que nuevas gentes se han incorporado a la vida laboral y social. Los catedráticos no son ya quienes nos dieron clase a nosotros, sino aquéllos a quienes nosotros le dimos clase, e igual ocurre con el médico que nos atiende en la consulta, o el director de banco que nos autoriza el préstamo, o el inspector de Hacienda que revisa nuestra declaración.

Los nuevos ciudadanos son aquellos para quienes el franquismo no es más que un renglón en la historia, son los que han crecido y se han movido libremente en un mundo abierto, aquellos para quienes las novelas de espías de John Le Carre, desarrolladas en el escenario de la guerra fría y del telón de acero, resultan tan anacrónicas como para nosotros lo fueron las novelas decimonónicas de nuestros abuelos. Son las generaciones para quienes Internet no es cosa de brujería, son los hombres y mujeres que hablan y se comunican mediante el lenguaje de las redes sociales, para quienes descubrir cada mañana que el mundo ha cambiado otro poco más no es motivo de desasosiego, sino que constituye un reto atrayente. La vieja clase política, llaménle casta si quieren, entre la que me incluyo, no hemos entendido nada de esto y nos hemos empeñado en que el mundo siguiera siendo aquél que habíamos conocido y para cuyo gobierno nos sentíamos llamados, como aquellos jóvenes de las viejas escuelas y universidades británicas que aún seguían siendo educados para ser capitanes del imperio cuando el imperio hacía décadas que había desaparecido. Parafraseando la famosa reprimenda política, es la juventud, imbécil.

He escrito y dicho en repetidas ocasiones que nosotros somos el problema y ellos la solución, que el mundo de hoy es de los jóvenes de hoy, y que a ellos corresponde resolver los problemas que no hemos sido capaces de resolver y aún aquellos que nosotros mismos hemos creado. Hablando en plata, queridos colegas de la casta, que les toca a ellos.

Pedro Antonio Sánchez ha cumplido con el primero de los retos, la renovación de las personas, y además lo ha hecho por partida doble. En la Asamblea Regional abundan las caras nuevas y las caras jóvenes, que en ambas cosas consiste la renovación, y lo mismo ocurre con el Gobierno recién estrenado. Pedro Antonio es ya un buen presidente, entre otras cosas, porque es un presidente de estos tiempos renovados.

Para el segundo reto, la regeneración, hace falta algo más. Para empezar, es necesario reintegrar al término su auténtico significado que no se ha de confundir con la 'neocaza de brujas' puesta en marcha bajo el nombre de 'regeneración de la política.

Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua que regenerar es «dar nuevo ser a algo que degeneró, restablecerlo o mejorarlo». Pues bien, la auténtica regeneración es la que afecta a la vida pública en su conjunto, a la vida interna de los partidos, a su democracia, a los modos de gobernar, a la sustitución de la prepotencia por el diálogo, a la participación, a la proscripción del sectarismo, a la supresión de privilegios y a la erradicación de las conductas vergonzantes que no siempre son coincidentes con la corrupción o con lo ilícito.

Pedro Antonio ha cuajado su discurso político de compromisos de regeneración de la vida pública y se ha comprometido a hablar con los afectados antes de decidir, a abrir los despachos y a actuar con cercanía, humildad y sensibilidad. Pero ha ido más allá de las palabras: su primera acción de gobierno ha consistido precisamente en designar un Consejo de Gobierno renovado y, en cierto modo, sorprendente, integrado por hombres y mujeres jóvenes, muchos de ellos independientes, es decir sin militancia partidista, y la mayoría procedentes de la vida civil y dotados de acreditados perfiles profesionales. Es lo más parecido que he visto a un Gobierno de todos y para todos.

Por lo que se ve, la regeneración, la auténtica regeneración, ya ha empezado. Todo el ánimo, Pedro.