El hipócrita, a diferencia del cínico, suele vivir en el autoengaño, mediante un complejo de pretextos, elusiones y falsa realidad que le ayuda a encubrir sus desmanes. La actitud del ciudadano de Occidente ante el hecho migratorio encajaría mejor en la hipocresía que en el cinismo. Por un lado no puede ignorar que, de no defender la frontera, la presión de la desigualdad acabaría a corto plazo no sólo con su modo de vida, sino literalmente con todo lo que tiene; pero, por otro lado, ha de pagar un tributo a sus valores, que incluyen la solidaridad humana. Esta contradicción la resuelve mediante la hipocresía, administrando la solidaridad a cuentagotas (un 0,2 para cooperación), dándose golpes de pecho por el drama de las pateras o echando la culpa a los guardias de fronteras. Algo parecido, salvando las distancias, al devorador de vacuno que protesta frente a las corridas de toros.