Entre la fauna variada de los hablantes vulgares, podemos distinguir el caso peculiar de los etimólogos populares, que confunden dos palabras de significado parecido, de manera que usan indebidamente una por la otra. Entre ellos hay dos especies diferenciadas. Unos son los que someten a una degradación vulgar el término confundido, de origen culto o selecto, para adaptarlo a su mundo cercano. Así sandalias, relacionado con andar, se transforma en andalias; esparadrapo, con trapo, se convierte en esparatrapo; mientras que desternillarse viene a ser destornillarse por contagio de tornillo.

Y los otros somos los hablantes, en el fondo poco ilustrados, pero con ínfulas de finura y elegancia expresivas, que nos llevan a sustituir el término litúrgico latino ínfula, excesivo para nuestras entendederas, por el también clásico ínsula, no menos estrafalario, que designaba uno de los espacios míticos de las aventuras caballerescas, conocido este quizá por haber oído, que no leído, que don Quijote prometió a Sancho Panza como valiosa recompensa una ínsula. Identificábamos así el exceso de presunción y vanidad con la posesión, no de una, sino de muchas ínsulas. De modo que no íbamos tan descaminados.