Algunos de los mitos anclados en el imaginario colectivo actual se caracterizan por incorporar los valores de los nuevos tiempos. La economía forma parte de ellos y de nuestra vida tanto como el pan nuestro de cada día. No ya por el coste de la harina, sino por una cierta dosis de creencia religiosa. Hemos aceptado el sacrosanto principio de la libre competencia, que tiene tanto de ideal como la ´mano invisible´ de Adam Smith, que tan partidario era de ella. Este teórico del librecambismo partía de fuertes convicciones religiosas y, como Hegel en la Historia, veía en la libertad de mercado la mano de Dios. Tal vez en aquella concepción, el beneficio justo era un axioma tan íntimamente asumido, que no había ni siquiera que hacerlo explícito.

Pero hoy los dioses de nuestros padres han abandonado nuestra tierra a la vista de la impiedad reinante. ¡El caos en el cosmos! La libre competencia es ya una mistificación, una carrera por el monopolio; y las leyes antitrust sólo existen en USA (Europa lo convierte todo en el laberinto del Minotauro). En el fondo, no le faltaba razón a Marx en su análisis económico sobre las tendencias del gran capital. De la libre concurrencia llegamos a la libertad de precios como si fuera la hija de una virgen, algo milagroso e inmaculado. Pero el temor de Dios y a las penas del infierno ya no existen y el mercado no fija el precio, sino el especulador con el criterio de «porque me da la real gana», sic. Herman Broch narró La Muerte de Virgilio; ¿quién acompaña ya a Dante en su viaje a los infiernos?

Así que no se sorprendan cuando les cuenten que una cerveza elaborada en el terruño cuesta más al hostelero de aquí que al de la Conchinchina. Eso puede tener una razón comercial: captar clientes de fuera del ámbito normal de distribución. Aunque no deja de ser singular que para los mayores defensores del producto local haya un sobrecoste. Igual sucede con los teléfonos móviles y tantos otros suministros de productos de primera necesidad que el consumidor ´fidelizado´ paga a mayor precio. Ahora bien, cuando la entrada a un campo de fútbol vale más para los locales que para los visitantes, tratándose del ser o no ser de una temporada, quizás jugándose la existencia, tal vez se deba a las extraordinarias dotes comerciales del gran empresario que lo dirige. Por eso hay investigados que pusieron en sus manos dos de los mayores proyectos urbanísticos de toda la región.