Vivimos una semana mágica. Todo el mundo es feliz. Todos han ganado. Absolutamente todos. Menos Rosa Díez, pero eso estaba cantado. Una fiesta en la que uno siente serias tentaciones no ya de auxiliar a los vencedores, como es habitual, sino de ser uno de ellos: que no es que todos hayan ganado sino que todos ´hemos´ ganado: yo, tú, nosotros y ellos, la democracia y el orbe mundial. ¡Una pasada!

Incluso en medio del jolgorio general siempre hay algún sosainas que nos quiere aguar la fiesta con los datos, las cifras, los números. Resquicios de un pasado en que en la escuela se enseñaba matemáticas en vez de preocuparse por la felicidad de los chiquillos. Un malasombra, en cualquier caso. Ignorante, además, porque podía haber leído las deliciosas Elegías de Duino, pongo por caso. Ahí sostiene Rilke que los animales viven en el mundo de los datos; quizá también distintas jerarquías angélicas, que no otra cosa son entre nosotros economistas, estadistas estadísticos y politólogos. El hombre no. La condición humana se aparta de estos seres que son más que hombres o menos que hombres y vive en el mundo interpretado.

La hinchada de los partidos, viejos y nuevos, está feliz. Han agarrado una melopea interpretativa y a todos nos favorecen los datos. Si Dios no hubiera muerto, diríamos aquello de Vox populi, vox Dei que es como si Dios hubiera elevado el simple votante a la categoría de hagiógrafo guiando con precisión la mano que mece la urna.

Así que el dato interpretado es lo que nos hace felices. Si el Murcia FC hubiese obtenido los mismos resultados que el Madrid habría hecho tremendamente feliz a su hinchada. Pero el mismo dato, el mismo resultado, es interpretado y vivido de un modo distinto por los madridistas. Así parece funcionar esto de la interpretación: generando expectativas.

El mundo humano es, por eso, delicado, frágil. No es fácil ser hombre. Es difícil vivir en sociedad. Es complicado organizar el equipo para que genere ilusión en la hinchada, expectativas en los seguidores y no defraude luego en el campeonato, en el Gobierno, en las elecciones o en el lío del que se trate. Vivir humanamente es siempre más difícil que organizar el hormiguero, el rebaño o el coro celestial.

No pretendo realizar una exégesis del texto de Rilke pero tampoco quisiera dejar en el lector la impresión de que el mundo humano es pura y simple interpretación o, lo que es lo mismo, que vale cualquier interpretación. No. Es cierto que los datos desnudos no constituyen la realidad humana, pero tampoco sería sensata una interpretación hecha de espaldas a los datos. No es sensato poner de portero a Ronaldo o Messi: no sería una buena interpretación de las posibilidades de esos equipos.

No sé si es por el yin y el yang o porque al subidón sigue el bajón como la bonanza a la tormenta o porque a la interpretación propia se superpone la perspectiva ajena pero hay casos en los que la realidad tiñe de un color distinto el mapa. Algo de esto debió intuir a pie de urna Rita Barberá. Sabrán que la reina regente del Antic regne de València, la misma que había vaticinado la llegada del caloret por Fallas, exclamó grácilmente: «Caramba, qué costalada!, o algo así.

Murcia tiene dificultades para gobernar en buena parte de los Ayuntamientos. Y eso no era así hace unos meses. Y eso no era así desde hace veinte años. En el caso de la Comunidad, ya dijo Pedro Antonio Sánchez en campaña que podría ocurrir en Murcia lo que ya ocurre en Andalucía. Y aún con tales expectativas, los votos han sido los que dicen los quesitos del trivial. Si hubiese que creer que vox populi, vox Dei habría que ir al relato de Babel, texto que permite la lectura, la interpretación, de que las cosas están enmarañadas pero también, y por eso mismo, de que se necesita cabeza, sensatez, para entenderse y no empeorar las cosas.

Porque todo puede ir a peor. Es momento de, sin ceder en los principios, sin pisar las legítimas líneas rojas, hacer posible lo que sería el deseable objetivo de todos: que Murcia prospere. A tenor de los datos, parece razonable atender al batacazo pero también parece razonable que el PP gobierne. Los votantes murcianos más jóvenes no recuerdan a un partido distinto en el Gobierno regional. Son muchos años al frente del Gobierno. Es inevitable que se le haya pegado polvo del camino, algunas lapas, algunos trepas, algunos parásitos, algunos corruptos. Quizá el batacazo se deba a que los votantes quieren quitar esos lastres. Quizá quien eche una mano al PP, no sólo haga un favor a Murcia haciendo posible la gobernabilidad. Quizá dé legitimidad al propio Pedro Antonio para que no le tiemble la mano usando las tijeras de podar, pues serán otros quienes exijan la limpieza. Y todos ganamos. Y todos felices, que es de lo que se trata.

Rajoy ha dicho que no hay nada que rectificar, nada que cambiar, todo va bien. Que se lo cuente a Rita, mismamente.

No seré yo quien diga que si Zapatero destruyó el PSOE, Rajoy ha hecho lo propio con el PP. Porque ese galleguismo en política, esa saudade morriñosa, ese no hacer nada, no meterse en política que decía aquel otro gallego célebre, quizá sea lo que ha llevado a la costalada y al caloret. Quizá la interpretación que han hecho los millones de personas que no han votado al PP y sí lo hicieron en comicios anteriores es que se ha traicionado los principios, valores, puntos de programa que el PP se comprometió a sacar adelante.

Porque otro factor que hay que tener en cuenta a la hora de interpretar los datos es la influencia en estas elecciones de la firma matriz. Se ha alabado casi unánimemente a César Nebot, pero Rosa Díez lo ha hundido. Se ha atacado mucho a Miguel Sánchez, pero Albert Rivera lo ha salvado. Y así hasta llegar a Rajoy y Pedro Antonio.

Si Rajoy no ve nada que cambiar, a lo mejor es que hay que cambiarlo a él. Es otra interpretación, claro.

Habrá que ver qué interpretación es la que triunfa. Pero no veo yo a Messi parando penaltis ni a Rajoy recuperando la confianza de quienes se sienten traicionados por el PP. Arrieros somos y ante elecciones generales, datos e interpretaciones nos veremos. Al tiempo.