En función del momento económico, político y social que se viva, cada proceso electoral adquiere unas variantes que lo hacen diferente de los anteriores. En el del 24, está claro que la novedad es la irrupción de nuevos partidos que, según vaticinan las encuestas, fragmentarán los parlamentos autonómicos y obligarán a los gobernantes a ponerse de acuerdo, o al menos intentarlo, para sacar los problemas adelante. Pero si hay una variante que nunca falla en cada cita con las urnas en la Región de Murcia es la de Camarillas, la obra que haría más llevadero el viaje el tren a Madrid por su trazado natural (por Cieza, el de toda la vida) y que los políticos llevan prometiendo desde los tiempos de Cánovas y Sagasta. El Estado, c0n un Gobierno o con otro, ha incumplido sistemáticamente la obligación que él mismo se marcaba en los presupuestos del Estado de acabar este proyecto. Pero llega la campaña electoral y los candidatos, sin pudor alguno, vuelven a la carga con la variante de Camarillas. Que la acaben de una vez y que dejen de dar la matraca. Como diría el denostado Casillas, ¡ya está bien, macho, qué pesados, jod..!