Se lee como una novela». Es la frase que utilizamos para describir un ensayo que hemos logrado leer hasta el final. No es seguro, sin embargo, que se trate de un elogio. Lo curioso es que de ninguna novela se afirma que se lee como un ensayo. Todo esto quiere decir que la ficción está más valorada que la no ficción y, en consecuencia, que la irrealidad nos gusta más que la realidad. La coyuntura política presente se lee como una novela. Enchufas la radio del coche, a primera hora de la mañana, y la corrupción ha dado un salto narrativo de proporciones gigantescas. Cuando creíamos haber llegado al límite, el guion efectúa un giro y aparece una nueva grabación de Alfonso Rus, por poner un ejemplo. O reaparece Naseiro. O emite una nota de prensa el entorno de Bárcenas. Si viniera un marciano a preguntarnos por la realidad, le diríamos que se lee como una novela.

Pero el mundo debería leerse como un ensayo, es decir, como una relación de hechos articulados entre sí y colocados al servicio del sentido.

¿De qué sentido? Del sentido de la vida, por supuesto. Del sentido de la vida colectiva, nos gustaría añadir. En ninguno de los programas electorales hechos públicos estos días se menciona este asunto. A fuerza de acercarse al centro de gravedad en el que se apiñan los votos del centro, todos los partidos acaban pareciéndose. Y ahí es donde pierden el registro ensayístico, o la cosmovisión, o el punto de vista, como ustedes prefieran. En esto, como en todo, las dificultades aparecen por la ausencia de mirada. Lo importante, se dicen, es que el votante se acerque a nuestro programa como a una novela. Pero un programa electoral no debe ser una novela, sino una opinión acerca del mundo.

Podríamos discutir si la realidad es más ensayística que novelística o viceversa. Como tema de especulación intelectual para después de una cena de matrimonios, resulta interesante. Pero los programas electorales deberían ser meros ensayos, con sus cubiertas de tapa dura, su prólogo, sus índices, sus apartados. No queremos leerlos como leeríamos una novela, ni como veríamos una película. Mucho menos, que nos los vendieran como un cuento. Y en eso, por desgracia, parece que estamos.