A dúo con la «seglar consagrada, especializada en educación afectivo-sexual», Begoña Ruiz, el obispo de San Sebastián acaba de publicar Sexo con alma y cuerpo, cuyo avance promete porque, ya verán, pone a cien.

En uno de los capítulos a los que monseñor Munilla pasa revista se concluye que «la experiencia confirma que los jóvenes y adultos con atracción hacia el mismo sexo necesitan la sanación de heridas afectivas provenientes de la infancia y de la adolescencia», así como que «una persona, por el hecho de ser mujer, va a ser cíclica y tendrá unos procesos hormonales concretos... y debido a ello pueden estar más o menos sensibles o susceptibles y darles por la actividad o por la limpieza». Una cosa es casi segura. Si a alguien le da por regalarle un ejemplar a la suya, él y el libro no sé desde luego dónde pueden acabar.

Y lo que recogen los sucesivos apartados tampoco provocan indiferencia. En uno se asegura que «cuando desgajamos amor y sexualidad, esta última se convierte en una sustancia con poder adictivo al igual que el alcohol, ciertos fármacos o el juego» y, en otro, que «la masturbación es una especie de violencia sobre el cuerpo, ya que consiste en arrancarle a éste un orgasmo». Ahí igual están atinados remarcándose, digo yo, que a veces ¡uf! no hay manera. Pero al darle a todos los palos, se adentran en unas profundidades... Por ejemplo, que «irse a vivir juntos antes de casarse revela miedo al matrimonio». Esta teoría hace aguas por una sencilla razón: porque, una vez casados, persiste el canguis, padre.

Eso sí, coincidiendo con la entrega a imprenta del tomo, el Cis sacó un barómetro que desveló que en este país católico, apostólico y romano crece el número de ateos al tiempo que, de los creyentes, acude cada semana a misa en torno a 1,5%. No me lo puedo creer. ¿Tantos?