Hay un dicho: lo importante es hasta dónde se llegue, no lo que se tarde en llegar. Yo ya estoy llegando. No sé muy bien a qué, ni a dónde, pero sí que es un sentimiento de llegada. Como una especie de sosegado apeadero a la espera de algo indefinido e indefinible. Tampoco sé hasta dónde he llegado, si es que he llegado a algún sitio o alguna parte de algo. Todo me parece un tanto difuso. Hace tres o cuatro años mi vida no era mía, si no ajena. Yo la había prestado para algo que tampoco sé muy bien qué. Era la vida de los otros, de los que servía, o creía rendir mis servicios (no confundir con vender tales servicios)€ De unos demás tan prójimos entonces como hoy me son ajenos. Mi vida era una agenda sin espacios blancos, una esfera de tiempo hipotecado, una existencia sin existencia propia. Se dice que lo mejor del futuro siempre es el presente, pues sin lo segundo no puede existir lo primero. Yo he comenzado mi presente cuando ya no me queda futuro.

De más de treinta años de propio abandono de lo mío me queda una metopa colgada en la pared, un pin colgado de una solapa y un reloj colgado de mi muñeca, cada vez más extraños a mí mismo, cada vez más alejados de mí mismo, cada vez más huídos de sí mismos€ Los miro y los siento como si los años fueran siglos de sueños, y los siglos milenios de bruma. Tan tristemente ajenos me van siendo. Me pregunto el porqué, pero no encuentro la respuesta. Solo un vacío tranquilo, apaciguado y sereno, como un oleaje manso que acaricia las orillas de donde empieza a morir la tierra y comienza a vivir el mar€ Tampoco sé si tanto afán anterior habrá servido de algo, pero me importa tan poco ya que ni me preocupo de no sentir lo que quizá debiera ser sentido. Igual es que no tiene sentido. Ningún sentido.

Dentro de breves fechas „si no lo he hecho ya cuando salgan publicadas estas líneas„ colgaré mis últimas botas de andar leguas ajenas. Y dejaré abandonada mi piel de juez de paz en alguna piedra próxima del camino, como las serpientes, tras otros veinte años de€ ¿de qué? ¿servicio? ¿dedicación? ¿a qué? ¿a quiénes? ¿por qué? ¿y qué importa? Lo dejo, y ya está. Ya no quedará nada de lo que ha sido todo. Así debe ser. Sin preguntas ni respuestas, sin cuestionar ni cuestionarse nada, aunque este artículo parezca un contrasentido. Pero eso es porque no sé si sabré ocuparme de mí mismo, ya que es algo que nunca, jamás, he practicado, y temo no saber hacerlo por la simple cuestión de que siempre he llegado tarde a lo que era lo mío. No es fácil soportarse uno. El espejo que te queda para mirarte es cuestionador por naturaleza, y te refleja en la cara cuánto te has robado a ti mismo y a los tuyos para entregarlo a los que no son tuyos ni tú mismo. Es cuantificar en la propia conciencia lo que ya es tarde, muy tarde, para poder reponerlo. Cada cosa en su tiempo, y cada tiempo para cada cosa, y ese tiempo ya pasó€ Solo queda la rebeldía de saberse estafado y la cobardía de conocerse como el estafador de sí mismo. Pero ya no tiene remedio. De nada sirve€

Ahora intento SER más que ESTAR, si es que eso me es posible. Aunque no sea como debiera ni una buena compañía para según quiénes, naturalmente. Me quedan mis libros, mis escrituriales y mis inquietudes€ ¡malditas sean! Así que seguiré diciendo lo que pienso, ahora más y mejor que nunca, y seguiré poniendo mis acentos en lo que creo importante y la cara para que me la partan de vez en cuando. Es una manera de sentirse vivo, una forma de agarrarse a los días. Si se cagan en mi sombra es porque la proyecto. Lo malo será cuando ya no tenga ni sombra, aunque sea la mala sombra para algunos.

Así que, como dije al principio, no importa cuánto se tarde en llegar, sino hasta dónde se llega. El problema es cuando no se sabe hasta dónde leches ha llegado uno, como me pasa a mí, que no conozco el entorno, ni reconozco ninguna meta, ni sé dónde, ni porqué, ni qué coño he hecho para no tener zorra idea de ningún destino. Pero, qué más da€ Aunque no sepa el qué, ni para qué, ni en qué, ni el porqué, al menos aún creo saber quién leches soy.