Ciento cincuenta estudiantes muertos en Kenia, en la noticia dolorosa, llega a las conciencias del silencio. No todos los muertos y los cadáveres se desangran de igual manera para el mundo que dicen civilizado. Estos asesinados jóvenes en el atentado de una universidad, son negros y su raza les distingue a la hora de morir para que, ni en masa, sean reino de las portadas de la prensa internacional, de la televisión basura mundial. La fiesta macabra de la muerte es, en este caso, también, africana y lo que ocurre en aquel continente tan hermoso como despreciado es asunto que poco conmueve a los espíritus de olvido fácil y sentimiento domesticado. Poco conocemos del suceso de sangre que hay que buscarlo con intensa intención en las páginas dramáticas de las redes sociales o de los medios de comunicación; ni siquiera nos ha venido a aumentar la sensación de crimen en nuestros días de Pasión. Son negros y muy numerosos y habitan, descalzos, una tierra lejana a los intereses comunes. Son -dicen las bestias- parte de nuestros problemas y es mejor ignorar su humanidad, su frío, sus heridas y su homicidio o matanza. Pero a las gentes de bien o a aquellas que no distinguimos a los seres humanos por el color o su alentada esperanza -en este caso negra- nos duelen uno a uno estos muertos inocentes, victimas de la barbarie y el desprecio a la vida de sus semejantes. Y nos cansa e indigna el silencio y la indiferencia del mundo ante la catástrofe humana que significa la noticia que nos llega del sur; geografía inhóspita, olvidada, desheredada, para el que se considera ser blanco e inmaculado. Muerte a raudales, congoja, tristeza y afligimiento, indefensión, frustración de quiénes esperan racionalidad en el comportamiento humano; sea del paralelo o meridiano que sea; cualquiera que fuese el color de la piel atacada. Crímenes inexplicables e inexplicados si se aplicara la razón de la vida y su derecho o integridad. Para algunos, para nosotros, todos los muertos y asesinados -imposibles razones para ello- nos causan igual espanto, dolor y terror; locura e inconsciencia de la bárbara necedad del ser humano, violento y desquiciado hasta el borde, hasta el límite del infierno, que no es invento, que es tan real como este suceso conmovedor en el que han perdido la vida ciento cincuenta seres que tenían derecho a conservarla hasta el final de su suerte sin genocidio, sin violencia temeraria alguna. Mundo cómplice en la apatía y desprecio que se demuestra con el tratamiento internacional de la noticia. Crímenes sin descanso. Cosas de negros y sus problemas genéticos, deben pensar los cómodos de conciencia, los sordos al vuelo de las injusticias. Otra cosa hubiese sido si las victimas hubieran blanqueado en sus aspectos. A buen seguro la alarma hubiera saltado con una sirena y grito diferente.