Ciertas palabras tienen mala suerte: los hablantes empiezan a dejarlas de lado no se sabe por qué, y ellas van languideciendo poco a poco, sin remedio. Eso es lo que le pasa a quijal, o mejor quijales, dicho en plural, porque eran las dos piezas óseas que configuran la boca, la de arriba y el abajo, también llamadas quijadas. Pero eran también las muelas de personas y animales, que se insertaban en los susodichos quijales; así que no debemos confundir quijales y quijales. Pero el afán de diferenciarnos de los animales, o tal vez una fonética demasiado violenta, hizo que los quijales primeros fueron rebautizados como mandíbulas, y los quijales insertos en ellos pasaran a ser muelas o molares, términos más finos. Así que hoy no resulta muy delicado para una jovencita tener dolor de quijales, ni adorna nada confesar que uno tiene cariados dos quijales de arriba y uno de abajo, y mucho menos que una madre moderna alardee de los brackets que lleva su hijo para enderezarle los quijales. Si muerto el perro, se acabó la rabia, eliminados los quijales somos más exquisitos. O eso parece.