El evangelio del Miércoles Santo recuerda el pasaje de Mateo (26, 14-50), en que Judas Iscariote cierra con los pontífices la venta de Jesús por treinta monedas de plata; éste lo intuye, como no podía ser menos, y Judas cumple con su destino, lo entrega dándole un beso peor que un mordisco, un beso que tuvo más resonancia que qué, un beso que restalló, un beso que fue de todo menos engañoso, un beso de llegada y de despedida, un beso como el de Telecinco a Belén Esteban.

Judas se acercó a Jesús, lo besó y le dijo: «¡Salve, rabí!» y Jesús le soltó, más o menos: «Amigo, a lo que has venido, menudo papelón, qué cara más dura, labios de madera, fementido, tránsfuga, cuerda te sobrará para la horca y dinero para la tumba porque serás devorado por el Mal». ¡Pobre Judas! ¡pobre Lobo Feroz, pobres ogros, bestias, serpientes, brujas pirulí, hombres del saco, telebasuras! ¡pobre diablo!