Estamos en la temporada de las alergias. Supongo que muchos de vosotros ya lo sabréis. Yo, toco madera, soy inmune a la Primavera, aunque la vida me ha agraciado con una ´moquera´ constante consecuencia de la humedad que tiene mi ciudad, Cartagena, y a una narizota que por muy grande que sea se empeña en no saber respirar bien.

Pero gente a mi alrededor sí que sufre la forma que tienen las plantas y los árboles de vengarse de nosotros, al menos un poco, y reconozco que tiene que ser complicado vivir uno, dos, tres meses con los ojos llorosos, medio entornados y con un pañuelo siempre en el bolsillo. Otra cosa son los virus, y mucho más los virus del estómago.

Esos ´agentes infecciosos microscópicos acelulares´, según dice mi teclado, que más bien son pequeños canallas que aparecen en el momento menos indicado, como en tu cumpleaños, en el primer día de tu libranza, de tus vacaciones o nada más aterrizar en Roma. De esos no escapamos. Raro es quien no ha pasado por este trance alguna vez. Y, ojo, que parece que están llamando a todas las puertas en estas fechas. Yo sólo aviso.