La verdadera catástrofe nacional no es que el Ebro haya arrasado Navarra y, sobre todo, Aragón. La catástrofe es que a los demás empiece ya a no importarnos. Que los españoles hayamos dejado de sentir que pertenecemos a algo más grande que el villorrio, el condado caciquil o las fincas de los señoritos retornados a los feudos autonómicos. Hace muchos años que vengo denunciando las castas. Mucho antes de que aparecieran los que hoy presumen de ello.

Lo que me sorprende es que denuncien las castas, pero defiendan los feudos que son su origen y su estiércol. Nada cambiarán, pues, porque son cómplices de lo que nos ha destruido. De aquel pueblo español feo, católico y sentimental, envidioso, pero capaz también de la mayor generosidad cuando los desastres acaecían en cualquier sitio de España; de aquel pueblo que lo daba todo cuando las inundaciones asolaban a sus vecinos, cada día queda menos.

Llevan cuarenta años metiéndonos en la cabeza que la nación no existe; que allá cada cual; que, según la nueva religión neoecológica, debemos conformarnos con los recursos próximos y no pensar en que contamos con los recursos de todos; que, por tanto, si no tenemos agua, a joderse, emigración y manta. Y si tenemos de más, pues lo mismo, inundación y llanto. España no se ha ido a hacer pijos porque así lo vayan a disponer los separatistas.

Es que se ha ido ya de nuestro imaginario sentimental, de nuestras referencias, de nuestro corazón. Dentro de un par de meses, una hornada de cafres vascos y catalanes ofenderán a nuestra bandera, a nuestro himno y a nuestro Rey, se ciscarán en ellos, les mostrarán el culo y cantarán la Puta España, convertida ya en un clásico. Y a seguir, que ya no cabe un tonto más. Aunque si hay algo que revele en su plenitud esta definitiva ´pérdida de España´, más grave que ninguna otra anterior, es el Ebro. Nuestra metáfora final. La coyunda de villanía, estupidez, cobardía y regional-nacionalismo de baja estofa que ha llevado al espectáculo degradante de estos días: una parte de esta que fuera muy antigua nación anegada por unas aguas que podrían estar regando y creando riqueza para esa misma nación, en lugar de irse al mar. Que es el morir.