La espectacular crecida del río Ebro de estos días, con su consecuencia de inundación y daños en infraestructuras y en cultivos, vuelve a poner sobre la mesa la vieja polémica sobre cuánto hay que intervenir hidráulicamente en los ríos o cuánto no hay que intervenir para que estas cosas no pasen. Los especialistas y su necesario debate tendrán la palabra, y por eso yo aquí me voy a limitar a recordar una cosa bastante obvia aunque frecuentemente olvidada: los ríos son entidades vivas, dinámicas, actuantes, no cauces inmutables de desagüe de agua.

El corolario de esta obviedad para lo que estamos tratando también me parece obvio: los ríos buscarán su sitio en las crecidas, responderán cinéticamente al agua en bajada y reivindicarán lo que ellos piensan (si es que los ríos piensan) que es su sitio. Por eso, la mejor de las mejores políticas es conocer cómo se comporta un cauce y planificar en función de eso la ocupación del territorio. En castellano: si tenemos casas o campings en los territorios de crecida de los ríos, pasará lo que pasa, y si tenemos infraestructuras que no tengan en cuenta el efecto que producen sobre las crecidas de los ríos, también pasará lo que pasa.

Frente a ello, y más en un contexto de cambio climático e imprevisiblidad torrencial de la meteorología, cifrar exclusivamente las esperanzas de que estas cosas no pasen en obras de ingeniería o en dragar para aumentar la capacidad de evacuación de los cauces no parece lo más adecuado, aunque alguna de estas actuaciones sean necesarias. De hecho en numerosos lugares del mundo desarrollado, como en la cuenca del Mississippi-Missouri o en la del Rhin, llevan años aplicando con éxito medidas de gestión de vanguardia que están consiguiendo en gran medida paliar el riesgo a través de acciones más de planificación y de obra suave que de grandes operaciones hidráulicas sobre los cauces.

Y es que yo creo que no habría inversión ni obras suficientes para paliar el problema. Ni más capacidad de los alcantarillados „aunque ayudaría„ ni más grandes infraestructuras para desviar o retener el agua „aunque algunas puedan ser localmente imprescindibles„ ni mucho más estudio sobre puentes o infraestructuras defectuosas que entorpecen el discurrir de las aguas de avenida por los cauces „aunque, sin duda, es necesario„, ni más tecnología ´punta´ que probablemente no exista para un problema que cuando se mueve se mueve hacia sus mismos extremos.

La clave es empezar desde ya a repensar los procesos de ocupación que han sido históricamente bien poco respetuosos con la modificación hidrológica que provoca la ocupación en extenso del territorio. Saber que lo que nos ocurre cuando llueve y nos ahogamos ocurre porque nosotros mismos nos hemos dado ese modelo. Y corregirlo, más con planificación que con obras, más con inteligencia que con dinero, más con una correcta cultura del territorio que mirando para otra parte y rogando que tarde mucho en volver a pasar. Y desde luego, sin echarle, ni mucho menos, la culpa al río.