a pregunta más repetida durante la primera mitad de la presente legislatura era «¿a quién puedo votar, si me han decepcionado PP y PSOE?». La frustración implícita en el planteamiento causaba gozo en la diarquía PP/PSOE, porque comportaba el regreso al redil de los disidentes cabizbajos en la jornada electoral. La cúpula de IU y UPyD garantizaba que sus siglas jamás amenazarían el statu quo, solo a un analista español se le ocurriría ensalzar los porcentajes irrisorios de los presuntos emergentes mientras se descalabraba el bipartidismo. Sin embargo, la pesadumbre de los votantes ha amainado. Podemos y Ciudadanos no son dos propuestas, sino dos gritos. Se han consolidado porque populares y socialistas fingen no haber entendido, ni escuchado, el clamor de la opinión pública.

El desastre de la oferta PP/PSOE consiste en que ni siquiera simbolizan la identidad nacional que se precian de sostener. Más unidos que nunca en el encubrimiento a dos manos de los delincuentes potenciales de la lista Falciani y de los imputados por corrupción, son arrinconados por los defensores de la unidad estatal en las regiones con pulsiones independentistas. La incógnita de los populares catalanes en las elecciones encadenadas este año consiste en averiguar si figurarán entre los diez partidos más votados. El PP obtiene crecientemente en Cataluña y País Vasco los mismos exiguos resultados que si se presentara en Francia o Portugal.

Los catalanes que se reconocen españoles constituyen la mitad de la población según las encuestas. Sin embargo, no votan al PP que tanto presume de defender sus derechos. Se han apuntado en buena medida a las listas de Ciutadans. En lenguaje electoral, el descrédito del partido de Rajoy ha obligado a quienes reivindican el sentimiento español en Cataluña a guarecerse bajo una formación sin los lastres del principal partido conservador. Hasta hace unos meses, este fenómeno se analizaba como una peculiaridad autóctona, fruto de la locura o rauxa que afectaba a la porción nororiental de la península y sin riesgo de expansión.

Los jerarcas del PP se creían inmunes además de impunes. Han cometido un nuevo error. Ciudadanos/Ciutadans ya no solo certifica el fracaso de las propuestas catalanas de los populares, sino que amenaza al partido hegemónico del centroderecha en el resto del Estado. La aparición de Albert Rivera junto al Ciudadano Garicano ha disparado las alarmas. En una escena vergonzosa para su persona y para sus siglas, se ha contemplado a Carlos Floriano insultando a un idioma español, como si pronunciar erróneamente el nombre de un partido en catalán constituyera un mérito patriótico. El portavoz y símbolo de la erosión de la formación en el Gobierno no ironizaría sobre ningún otro acento regional, queda claro que la unidad de España solo preocupa al PP como baza electoral.

La diáspora estatal de Ciudadanos ha sido posible gracias a la experiencia pionera de Podemos, lo cual obliga a recordar que el supuestamente revolucionario partido de Pablo Iglesias también ha frenado el independentismo y ha pacificado la calle. Rosa Díez quiso frenar la expansión de Albert Rivera con su torpeza habitual, y ha sido arrollada. Si los partidos tradicionales no sobreviven, nadie va a añorarlos, según demuestra la exigua participación de los socialistas madrileños en la sustitución de Tomás Gómez. Para aplacar las complacencias, el ascenso de Ciudadanos no se debe tanto a la calidad de sus propuestas como a la agudización del descrédito del PP.

Si hay una persona feliz de que el PSOE no aparte a los imputados Chaves y Griñán, se llama Rajoy. Si estuviera en su mano, ascendería al dúo de presidentes de Andalucía, para confirmar que la transparencia es una farsa urdida fraternalmente con los socialistas. Solo deben dimitir los políticos del PP/PSOE condenados en firme a la prisión permanente revisable. O los miembros de otros partidos, porque el tándem debe explorar las multas de tráfico de Albert Rivera. La novedad del mapa electoral consiste en que la derecha castigue la corrupción con tanta saña como la izquierda, y en que el líder de Ciudadanos pueda afirmar que «el PP quiere hacer creer que un catalán no puede gobernar España». El énfasis no reside en el miedo de los populares, sino en la reclamación de La Moncloa.

Por primera vez en tres décadas, candidatos ajenos a populares y socialistas aspiran racionalmente a la presidencia del Gobierno.