A la exalcaldesa de Alicant Sonia Castedo le cuesta quedarse en el anonimato. Se ve que aún no está lista, a pesar de que la mañana en que fue a declarar al juzgado, donde alguien la agasajó con flores, se hartó de reclamar que se le trate «como a una persona normal» ya que había dejado de ser quien fue. Pero en cuanto una de las concejalas más cercanas ha pretendido vestir el giro dado por el alcalde a lo que su antecesora mantuvo, ha sido superior a sus fuerzas y se ha tirado a degüello. Luego pondrá especial énfasis en denunciar el encanallamiento de los medios, pero sus tuits no se andan con chiquitas: «Ser mediocre significa intentar mantenerse en un puesto rentable, aunque con ello se caiga en la deslealtad e hipocresía». Y este otro: «No se muerde la mano que nos da de comer, ¿verdad? Patética imitadora he tenido a mi lado tanto tiempo chupándome los pies». En caso de ser así y de que por tanto ahora se los chupe al actual, qué sobredosis de pies y qué radiografía más elocuente del perfil del que a bastantes de nuestros prebostes gusta rodearse. Nadie que les lleve la contraria, que los sitúe en la realidad por muy desagradable que ésta se haya tornado, que les haga comprender que acunarse en la soberbia aboca al matadero. Y así les va. Además denuncia el proceder de esta edil, con la que compartió la fiesta de los pijamas en la que también andaba el empresario Ortiz, como si se tratara de una novedad cuando ella sabe a la perfección que al día siguiente de que el primer presidente de la Generalitat de su cuerda abandonara el territorio, una buena tacada lo abandonó a él para irse con el feroz enemigo de sucesor que se buscó. Con esta desaforada reaparición, ya que lo de la tele en Madrid parece que no pita, Castedo ha dejado claro que o no quiere ser una persona normal o no sabe. Como tampoco ha sabido estar por encima de estas posibles mezquindades.