El avanzadilla volvía corriendo y nos decía que por fin tenía una mesa, y salíamos cagando ñoras. Mesas bajas, taburetes y algarabía, y esa luz amarillenta de la calle capturada sobre la barra metálica de la más mítica taberna murciana. Un manojo de habas sobre la mesa, bolitos y litros frescos de Estrella. Yo quiero dos, yo también, yo uno, yo otros dos, yo quiero tres€ y mirábamos ya con cara de quien mira a un héroe de la noche. Tomarse tres reclutas era toda una declaración de intenciones. Los reclutas eran la clave de todo. La salida giraba en torno al momento recluta. Desde cómo caía el plato bailando, hasta la espera de esa noche en la que pedíamos ración doble y alguno pudo con cinco o seis delicias de magrica de tomate picante frito en aceite hirviendo.

Quedábamos en Refugio y echábamos un tócame los huevos, con mucho hielo, jugando al duro para entrar en calor. Aquellos vasicos de chato rulaban en la mesa como peonzas. Había quien sabía bailarlos con destreza, los mismos que ponían el duro allí donde querían, con el característico golpe seco sobre la mesa a dos dedicos. La luz amarillenta empezaba a mezclarse con el gris urbano del corazón de las tascas. Los grupetos de zagalones iban y venían entre pantalones vaqueros cortísimos, calcetines de rombos, tupés con camisas vaqueras, pantalones anchos y gorras grandes€ Los minis de calimocho y de cerveza ardían en los ventanucos. La siguiente parada, antes de cambiar la moneda de cien duros con la que te bastabas para un fin de semana, era clave. Había que llenar el buche antes de ir a los bares.

Comerse un recluta conlleva una técnica que sólo se aprende con años de práctica. Hace veinte años, durante algún tiempo, alcanzamos el nivel de maestros. Apenas rozábamos el tomatico. Hay quien logró comerse uno sin mancharse las manos, y sin que goteara, incluso en dos certeros mordiscos directos. Para comerse un recluta hay que tener confianza máxima en el hecho de comérselo, porque si no, se te caerá, quemará, picará, y puedes hasta dejarlo caer en seco, como sucedía a dos de cada tres foráneos el primer día.

El segundo recluta es el bueno. La boca pica, pero no al máximo, ya no quema tanto, y se puede disfrutar de la textura de la magra refrita, el pan crujiente y la salsa de tomate aún es de tomate. Nunca he visto que se pida más salsa, o a alguien que pida que lo pase más. Nunca he visto un reproche a Manolo, creador de la tapa más mítica de Murcia, con mucho, de largo. Ahí siguen, igual que hace veinte años, los reclutas de Las Jarras, que ya tiene página en Facebook con la irrisoria cifra de 2.300 amigos€ ¿Qué murciano no se ha comido alguna vez un recluta?

Allí celebramos el día que se publicó Achopijo. Si no han vuelto, háganlo. Y sepan que el récord del mundo está en 34 de una sentada. Desde aquí pido dos cosas, que esa calle se renombre como Calle de Las Jarra o ´de los Reclutas´ y que se otorgue una distinción municipal en forma de placa al Hogar del Recluta, y que aparezca en todas las guías de Murcia.

Vale.