Los doce ecuatorianos muertos del accidente ferroviario ocurrido en Lorca hace catorce años obligaron a la sociedad española a dejar de ignorar a los trabajadores latinos, magrebíes, subsaharianos y ucranianos, que hasta entonces habían sido tratados como si fuesen invisibles. Aquella tragedia dio paso a una oleada de encierros en las iglesias y de protestas que obligaron al Gobierno a regularizarlos e integrarlos. Muchos han conseguido ya la nacionalidad española y tienen hijos que han nacido y se han educado aquí. Durante años se habló mucho de ellos, se hicieron estudios y hasta se escribieron tesis doctorales en universidades europeas sobre el modelo de integración español. Hasta que la crisis hizo desaparecer de la actualidad lo que había sido un fenómeno social y cultural sin precedentes. Pero, mientras que el terrorismo golpeaba París y toda Europa quería ser Charlie, los jornaleros del campo se manifestaban en Murcia para denunciar unos abusos que nos vuelven a la realidad de 2001, cuando los furgoneteros llevaban y traían a los inmigrantes de forma clandestina a plena luz del día. Puede que la ceguera no mate, pero ignorar la realidad solo alimenta la tragedia.