Si esta semana el CIS hiciera una encuesta entre los padres murcianos, estoy plenamente convencido de que nuestros hijos adolescentes, su educación y su actitud ante el futuro y la sociedad conformarían una de las principales preocupaciones de los encuestados. Las tres realidades con las que hemos chocado, pese a que puedan ser más o menos intuidas -todos vivimos en este mundo y no podemos ser tan cínicos como para escudarnos en el desconocimiento cómplice- me han hecho cuestionarme determinados comportamientos ante la vida.

El martes nos desayunamos con un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas que revelaba que uno de cada tres jóvenes españoles de entre 15 y 29 años (piensen en los millones de chavales que forman parte del grupo) considera «inevitable» o «aceptable» controlar los horarios de la pareja, impedir que vea a su familia o amistades e incluso no permitirle que estudie o trabaje o decirle lo que puede o no puede hacer. Veo que hemos evolucionado muy poco desde que salimos de la caverna.

El miércoles, el Equipo de Protección y Atención a la Familia de la Policía Local de Murcia informaba de que la mitad de las intervenciones que hacen por violencia familiar se deben a agresiones de hijos a padres. El perfil de los agresores es muy interesante y no nos puede pasar desapercibido: «Se trata de chicos de entre 13 y 17 años, de clase media-alta, criados (malcriados, diría yo) en entornos familiares muy permisivos, donde lo han tenido todo y no ha habido tantas obligaciones como derechos», apunta la cabo Carmen Sáez. ¿Tiene alguien dudas de que los responsables de departamentos similares en cualquier ciudad o pueblo de España harían el mismo análisis que la citada oficial? La crónica de estas páginas de Amalia López expone más aspectos sobre el maltrato juvenil.

Para cerrar la trilogía de noticias de esta semana que nos debe hacer reflexionar a todos, el jueves nos enteramos de que los profesores del IES del cartagenero barrio de Santa Lucía se han hartado ante la irrespirable violencia en sus aulas y por la falta de colaboración y actitud hostil de los padres de sus alumnos, cuyas amenazas e incluso agresiones van en aumento.

Los protagonistas de lo que acaban de leer son mis hijos y los suyos, aunque nos tranquilice pensar que, en realidad, los maleducados son otros, no nuestros pequeños. Sé que es más fácil decir a otros cómo tienen que educar a sus hijos que hacer lo propio con los nuestros. Lo digo por experiencia y porque alguna vez algún familiar me ha tocado el hombro con cierto grado entre la sorna y la comprensión. Hablo también con amigos y profesores y coincidimos en que, en parte, hemos fallado nosotros como padres cuando nos comparamos con la anterior generación, con los actuales abuelos. Estoy seguro de que la inmensa mayoría de ustedes se han colocado ante el espejo alguna vez para preguntarse al respecto. Educación, respeto, ética son palabras que han perdido parte de su significado en nuestros días, pero creo que recuperarlo sería un buen comienzo, porque en el fondo, y después de releer las tres noticias mencionadas, no es nuestra juventud la que tiene problemas, somos todos los ciudadanos los que los tenemos.